sábado, 31 de agosto de 2013

Desesperación

                En lo que va del viaje, un mes apenas, viví una experiencia que me puso cara a cara con mis conocimientos médicos. Fue en el mercado de Cusco.
                Allí se promocionaba un menú tentador, que consistía en una sopa de fideos, lomo salteado como segundo plato y un té de menta acompañando. Todo esto por tan sólo 4 soles, lo que equivale a 10 pesos argentinos aproximadamente.
                Nadie me avisó que en dichos platos o en alguno de sus condimentos habitaba hace mucho tiempo creo yo, uno de los seres vivos más pequeños del planeta, tan pequeñito que no se ve a simple vista, hace falta utilizar un microscopio.
                Estoy hablando de la señora Bacteria, y lo escribo con mayúsculas. Debió haber estado tanto tiempo allí, en mi comida, que hasta se dió el lujo de producir mucha toxina, de esa que desafía hasta el intestino más sano.
                El efecto fue inmediato. Apenas terminé con el último bocado, mis tripas comenzaron a moverse a un ritmo acelerado. Sentía un grupo de percusión dentro mío. A Karadjian dirigiendo la séptima sinfonía de Beethoven en mis entrañas.
                Traté de disimular porque estaba con unos amigos pero instantáneamente el disimulo se transformó en desesperación. Algo quería salir de todos modos, a pesar del esfuerzo que estaba haciendo por contraer todas mis puertas de escape.
                Fruncí el entrecejo, inflé los cachetes como si fuera a soplar, flexioné el tronco para apretar el abdomen y salí corriendo a través del mercado, esquivando un mundo de gente gritando sus ofertas.
    Las gotas de sudor descendían por mis mejillas y un escalofrío estremeció todo mi cuerpo contraído. Traté de no pensar pero mi cerebro ya había mandado su orden: “Evacuar”.
    Recé a todos los dioses y santos en los que no creo, pedí a la energía inca que existe en estas tierras peruanas que me ayude a retener, que no deje que me rinda. Desde lo más profundo de mi ser grité las únicas 4 letras que podían ayudarme, y que forman la palabra sagrada: B-A-Ñ-O.
    A lo lejos divisé uno, pero me dijeron que ahí no había, que vaya al frente. Mi entendimiento no estaba dispuesto a descifrar las coordenadas que los vendedores del mercado intentaban darme con el afán de ayudarme: “Vaya arribita nomás”, “Camine derecho y gire a la izquierda en el primer semáforo”, “Siga hasta el fondo de la calle, allí va a ver un barcito llamado…”. ¡Sean más explícitos por favor que en cualquier momento las compuertas del dique se abren y se inunda la ciudad!
    Cuando por fin encontré aquel oasis de inodoros, viví en compañía de un rollo de papel higiénico quizás la experiencia de liberación más arrolladora del viaje. No me importó que hubiese que pagar 50 centésimos, fue la plata mejor gastada. Tampoco me detuvieron las condiciones en las que se encontraba aquel templo de letrinas. Me refiero a las condiciones sanitarias. A mí las paredes de azulejos blancos me parecieron de oro.
    ¡Lástima que sos microscópico estafilococo productor de enterotoxina, sino te hubiese agarrado a los golpes sin piedad! Te hubiese zamarreado del cuello hasta dejarte sin aliento. ¿Por qué me disparaste aquella toxina en un acto completamente premeditado?
    Pero después de la angustia vino la calma, así como luego de la lluvia sale el sol y los pajaritos vuelven a cantar. Tal vez haya sido necesario experimentar este infierno, con tal de estar en este momento con una sensación de alivio que me envuelve y me eleva hacia el cielo celeste de Cusco.

miércoles, 28 de agosto de 2013

La casa de la abuela



                En la plaza de armas de Cusco nos topamos con aquel amigo de Bolivia, grandote, guardavidas de profesión, oriundo de San Martín, provincia de Buenos Aires. Llevaba en su cabeza una gorra con visera gris, amiga fiel, que no abandona ni para bañarse. Su nombre, Ezequiel, lo pinta de pies a cabeza: bonachón, simple, cuando le toca hablar dice lo justo.
                Nos fundimos en un abrazo y acto seguido nos habló de un hostel repleto de argentinos. Pero no de los argentinos cancheros, que creen que se la saben todas, sino de los otros, los que van por la vida con el corazón a flor de piel y el “che” en la punta de la lengua.
                Fueron tantos los elogios con los que Ezequiel había adornado este sitio que inmediatamente nos acercamos a él. Vimos el cartel después de doblar por una callecita angosta: “Casa de la abuela”.
                Llegamos el mismo día que un trío muy particular. Tres argentinos que se fusionaron en el viaje andá  a saber por qué.
               El más alto y rubio de Bragado, Lucho, artista gráfico. Un tipo con convicciones e ideología, no importa cuál. Lo que importa es que piensa y se preocupa por el otro, por el que menos tiene.
               El que le sigue en edad, Facundo, de Polvorines, llena cualquier sala con su silencio. Se hace entender por gestos, apenas mueve una comisura para hacernos saber que está contento. Pero es muy cálido y se lo reconoce por su buzo de lana tejido.
                 El tercero y no por esto menos importante se llama Lucas, con sólo 22 años se lanzó a la aventura de conocer otras latitudes, pero sin olvidar nunca su Rosario. Con su graciosa ingenuidad, su campera de Rosario Central y dos zancos de resortes para parecer un poco más alto sigue su camino.
                Nos hospedamos un miércoles e instantáneamente los incas invitaron a su casa a los mapuches, la marinera cedió su lugar a la chacarera y el ceviche al asado.
                Facu y Ezequiel con más ganas que sabiduría construyeron una parrilla. Varios salimos de expedición al mercado de la carne y el fuego se hizo en plena calle.
                Hay que ser sincero, no faltó la señora gruñona y un tanto resentida que murmuró por debajo “váyanse a molestar a su país”, pero la inmensa mayoría festejó el ritual del asado con sorpresa, sonrisas y alguno se animó a colaborar con un consejo.
                Ese día, mientras nos ensuciábamos las manos intentando encender el fuego, apareció una extraña pareja, pero entrañable a la vez. Uno de ellos peruano, con acento español debido a su larga estadía en Catalunya. Pelo pincho, como si tuviera un erizo en la capocha, pantalones chupines rojizos, anteojos cuadrados negros y una simpatía y frescura que hacían reír al más parco.
                El otro: argentino, pero de los confines sureños, allá donde se termina el mapa, donde el viento no deja en paz a la gente: Tierra del Fuego. Ya llevaba 3 años de viaje y no estaba cansado. Vistiendo una camiseta de la selección argentina como para reafirmarse en su argentinidad y llevando consigo una guitarra pequeña. Alto, sobrio pero con la risa fácil.
                Esta pareja de amigos viajeros, Davis el peruano y Esteban el argento, también se acoplaron al grupo y  degustaron los exquisitos trozos de carne, algunos un tanto duros por lo arrebatado del fuego.
                Faltaría nombrar a las santafesinas y a la parejita de cordobeses. Las primeras son la negra Gisela y la muy blanca Lucía. Vienen viajando juntas desde su provincia y son muy distintas, pero tienen en común cierta picardía murguera.
                La negra es jodona, alegre, gritona, elástica y adicta al mate. La blanca es más callada pero no por eso menos alegre, tiene un humor que sorprende, porque de estar muy tranquila de repente te sale con una guarangada que asusta a Pachacútec.
                El Manu y Maijo son la parejita de cordobeses. Están hace 6 meses en Cusco y conocen todos los secretos. Viven más bien de noche y están en la movida bailable cusqueña. Maijo cocina una salsa picantona que espanta los malos espíritus y el Manu se especializa en guisos que devuelven el alma al cuerpo.
                También se hospedaba en el hostel una dupla suiza, Yani y Natasha, que un tanto abrumadas por el bochinche argentino, intentaron acoplarse como pudieron, sin perder la compostura.
                Comimos asado, tocamos chacareras y zambas, nos burlamos de Lucas por ser el más pequeño, estiramos con las santafesinas, nos vimos arrastrados por los cordobeses a demostrar nuestras aptitudes en el baile y a poner a prueba nuestro hígado en la noche de Cusco, nos reímos con las puteadas en español antiguo de Davis, quien perseveró hasta entender nuestro castellano argentino lleno de “ye”. Cantamos “La Pomeña” en el bar La Esencia, prendimos fuego la noche con Ezequiel y sus utensillos de circo, la pasamos de lujo.
                A veces se da, que varias personas se encuentran en un lugar y se genera algo especial y único. La buena onda fluyó y tal vez por nuestro pasado de argentinos, devenidos ahora en habitantes de un mundo que debería ir perdiendo cada vez más sus fronteras para ser único, fuimos felices.
    Y los incas invitaron a su casa a los mapuches y el ceviche cedió su lugar al asado.

                 

jueves, 22 de agosto de 2013

Turismo de comidas en Perú


Me gusta mucho comer rico, pero más me gusta conocer nuevos sabores. Me fascina llegar a un nuevo lugar y degustar sus comidas, bebidas y frutas. Cuanto más extrañas para mí, mejor. Por eso, al que le guste como a mí explorar sabores, Perú es un lugar más que indicado.
Parece que actualmente, la gastronomía peruana está muy de moda en otros lugares del mundo. Por eso quise aprovechar a degustar platos peruanos sin que me cobren una fortuna.
En Puno, la comida no ofrecía alternativas muy exóticas. Seguimos encontrando en los restaurantes y casas de comidas, un menú de dos pasos muy parecido al que se ofrecía en Bolivia: primer plato sopa de quinoa o verdura y segundo plato trucha, omelette o alguna otra alternativa con carne vacuna. Tambien había mucha pizzería al horno de leña.
Al llegar a Arequipa, la oferta de platos fue mucho mayor.
 El maíz es un ingrediente muy presente en las comidas peruanas. Una bebida muy tomada por los peruanos, muy barata y muy fácil de encontrar, ya sea en la calle o en un restaurant es la chicha morada: un jugo de color morado hecho a base de maíz del mismo color, especiado con clavo de olor y muy dulce. Bien frío es muy rico. Existen incluso caramelos con sabor a chicha morada. Y si estamos hablando de bebidas, no podemos obviar la gaseosa peruana por excelencia: la Inca Kola, una gaseosa de color amarillo casi fosforescente, que todavía no me atreví a probar.
Con el maíz morado, se prepara un postre también frecuente de encontrar: la mazamorra. Se trata de una especie de jarabe muy dulce, no muy espeso, parecido a un almíbar, especiado con clavo de olor, del mismo sabor que la chicha.
Un plato que parece ser efectivo contra la resaca, según nos contaron, es el caldo de adobo: una sopa con trozos de cerdo guisado. No me atreví a probarlo, pero acá se come muchoy es barato.
Otro plato que tampoco me atreví a probar, pero que todos los peruanos comen, es el Cuy asado: es simplemente un roedor a la parrilla (sería el Cuis en argentina).
El plato estrella, y de amplio consumo por la población peruana, es el ceviche. Se trata de un plato de pescado marinado en sal, limón y lima, condimentado con cilantro y acompañado por batata o yuca, cebolla morada y granos de maíz tostado. El sabor es simplemente increíble. Y también muy accesible: por 11 soles (aproximadamente 22 pesos argentinos) comimos un menú en un local de barrio que incluía como entrada ceviche o cháque (una sopa de verdura y carne) más plato principal; el clásico lomo saltado (tiritas de carne vacuna saltadas con cebolla, ají, papas, cilantro y arroz, uno de mis favoritos) y de postre mazamorra morada, con un vaso grande de jugo de maracuyá incluído.
Dejando de lado un poco los platos preparados, no quise perderme una visita al gran mercado de San Camilo.  Tengo predilección por los grandes mercados y allí hay gran cantidad de cosas interesantes para ver y probar.
Existe una variedad inabarcable de frutas que no se encuentran en Argentina, con sabores muy especiales. Una de las más sabrosas: la chirimoya, una especie de palta color verde con una carne blanca de un sabor dulcísimo y exquisito. De la misma familia y sabor similar, existe la guanábana y la tuna (esta última yo la ví en alguna verdulería de Bs As). También se puede conseguir la carambola, esa frutita color amarillo de sabor algo ácido, que si uno la corta en rodajas forma pequeñas estrellas, papaya peruana, pepino dulce y unos maracuyás absolutamente deliciosos.
Bueno, ya saben. Al que le guste experimentar con nuevos sabores, Perú es el lugar indicado

viernes, 16 de agosto de 2013

Trabajo no es crimen

Arequipa. Viernes a la noche, caminando muy tranquilos y sin apuro por la peatonal a una cuadra de la plaza de armas, notamos que había una discusión entre la policía y otra gente. Por mera curiosidad nos acercamos a ver qué pasaba. Casualmente, dos argentinos que estaban allí nos explicaron lo que ocurría: varios agentes de la policía (identificados en su uniforme como "seguridad ciudadana", algo así como la Metropolitana me animo a deducir), estaban echando de la peatonal a dos artesanos brasileros que estaban vendiendo su mercadería. Pero eso no era todo: los mismos peruanos transeúntes se detuvieron a defender a los artesanos y a enfrentar a la policía.
La gente se ponía a discutir con los agentes y a preguntarles por qué tenían que irse de allí los artesanos, si en realidad no estaban perjudicando a nadie, sino que estaban allí haciendose el mango. Les preguntaban que si acaso ellos no tienen hijos que mantener, que los artesanos también tienen una casa que mantener y alguna boca para alimentar. Que por qué no van a buscar a los verdaderos delincuentes, a la gente que sí hace mal y dejan a los laburantes en paz.
No sólo peruanos se solidarizaron con los artesanos: argentinos y otro brasilero que tambien era vendedor callejero se pusieron a discutir con los agentes, que por supuesto, no entraban en razones.
La cosa se puso un poco pesada cuando llegó al lugar otro móvil con más agentes y en ese momento, una señora no dudo un instante en poner el pecho a la situación y gritarle al policía: "Qué es lo que pasa?!!"

El brasilero se puso a agitar: "¡Trabajo no es crimen!, ¡Trabajo no es crimen"! Todos lo seguimos coreando.
Un rato después de seguir discutiendo, con toda la gente apoyando a los artesanos, la policía no tuvo otra opción que irse. En medio de aplausos, los móviles se fueron para otro lado.

"¡Viva Simón Bolívar! ¡Viva el pueblo latinoamericano unido! ¡Viva el arte y la cultura!" Así gritabamos todos, agitados por el mismo brasilero.
Me fuí pensando que en estas pequeñas cosas, el argentino, el peruano, el brasilero, latinoamérica toda, si se une, logra lo que se propone. Todos juntos para defender al artesano, lograron que los policías se fueran y lo dejen trabajar.
Me pregunto si esto en Buenos Aires hubiera pasado igual. ¿Habria una señora como la que enfrentó gritándole al policía, defendiendo a un artesano que trabaja en la calle? ¿O habría una señora que llame a la policía para que saque a ese vago que está ahí tirado?
¿Habría lugar para que todos se unan en defensa de una causa, sin importar la nacionalidad? ¿O habría quien diga "estos peruanos negros de mierda, que se vuelvan a su país"?
Pareciera que la cosa fuera simple: reconocerse como hermanos de la misma tierra. Pero no todo es tan sencillo.
Llegamos a Arequipa en medio de los festejos por la fundación de la ciudad. Días enteros de desfiles y corsos de celebración, con gente con el pecho inflado de orgullo. Pero no orgullo de ser peruano, sino de ser arequipeño. Dos cosas muy distintas.
Un arequipeño que nos alojó nos lo explicó al mostrarnos una remera que decía: "Peruano yo? Arequipeño, carajo!" Los arequipeños no se reconocen como peruanos, ellos son algo más.
Arequipa se hace llamar la ciudad blanca, por la gran cantidad de inmigración española. Es la segunda ciudad peruana después de Lima, y aparte de haber tenido hace casi 500 años la invasión española, ellos ahora se siguen sintiendo" invadidos", pero por hermanos de su propia tierra. Arequipa está llena de gente de otras ciudades, en su mayoria Puneños, y los arquipeños se encargan de dejar bien clarito quién es quién en la ciudad. Los identifican de lejos y  te lo dicen con cierto recelo "Ese no es de acá, ese vino de Puno a quedarse".
Si entre los mismos compatriotas hay este tipo de resentimientos y discriminación, está difícil la unión latinoamericana.
Aunque con situaciones como las que les conté de la policía y los artesanos, uno conserva la esperanza.


Contigo a la distancia

                La inmensidad azul del Titicaca se volvió chiquita luego de encontrar a Corvalán temblando en la defensa de Racing.
                La cultura milenaria riquísima de La Paz se me empobreció al ver las pifias de Ortiz.
                La tranquilidad y misticismo de la isla del Sol de repente fue nerviosismo al darme cuenta que Pillud se iba inútilmente arriba y después no volvía, dejando un buraco en la línea de fondo por el que pasaban todos los atacantes del adversario como pancho por su casa.
                La ilusión de pasar una noche en la isla de Amantaní junto a una familia nativa, comiendo sopa de quinoa, papas y arroz acompañados de un digestivo té de muña, pasó a ser la desilusión constante de un Vietto solitario e impotente con sólo 20 años.
                La alegría de arribar a Puno en una tarde en la que brillaba el sol, se transformó en angustia que corroe los huesos al descubrir los cabellos ondulados rubios de Zubeldía, quien se encontraba callado, sin decir una palabra, sin dar indicaciones a sus jugadores espantapájaros, mientras a mí se me desgarraban las vísceras con cada gol del rival.  
                El recuerdo de un Chatruc que dejaba todo en la cancha para disimular sus limitaciones y un Rubén Paz que acariciaba la pelota como si fueran los senos de la última mujer del mundo se me desvaneció al ver la falta de entrega de un Villar barbudo y enojado y de un ya no tan joven Viola en su regreso sin gloria.
                ¡Ay Racing cómo me dolés en todo el cuerpo! Incluso estando en esta Arequipa soleada que me regala festividades por sus 473 años de vida; a pesar de los colores de las ropas, los bailes típicos, el Misti que se impone con su pico nevado y el río Chilli tranquilizando sus aguas, no pudiendo hacer lo mismo conmigo.
                Me mortificás aunque esté a miles de kilómetros porque sos mi infancia de botines puma de lona, medias hasta las rodillas, pantaloncito corto negro y la celeste y blanca Rosamonte que me llenaba de orgullo y me hacía más alto de lo que era.
                Me afectás porque sos Fillol en el 88 tirándose al piso y sacando una pelota imposible contra el palo; la Tota Fabbri y Gustavo Adolfo Costas desangrándose en la cancha como si fuera una guerra imposible de ganar, pero sí de empatar.
                Porque cuando me termino de duchar me pongo Perfumo y cuando visito las basílicas pienso en Basile. Y si se me escapa un gas, ante la mirada inquisidora de la gente, rememoro a Olarán.
                Racing sos parte de mis células sanguíneas y me pongo anémico cuando te veo tan sin reacción como en el último partido. Sos la médula ósea de mis vértebras y me fracturo cuando te pelotean y no te defendés.
                Porque nací académico y crecí celeste y blanco como el cielo. Y por más que me aleje en un viaje sin fin, siempre llevaré a Avellaneda conmigo.