viernes, 26 de diciembre de 2014

Próximo destino: Buenos Aires 2014

A fines de Enero volamos de Caracas a Buenos Aires y comenzando Febrero anclamos en una casita en el barrio Villa Urquiza de la Capital Federal. .
La primera en visitarnos fue Mara en Marzo, amiga paceña, hermana de Gilber: nuestro guía en la capital boliviana. Ella vino atraída por el Lollapalooza, un mega concierto de bandas internacionales tales como Red Hot Chili Peppers y Sound Garden en el hipódromo de San Isidro. Y pensar que en Julio del año pasado, apenas nos conocimos, había venido junto a Gilber a escucharnos a nosotros en el café Mestizo de la calle Jaén, donde debutábamos con nuestro dueto de guitarra y melódica.

Café Mestizo en la Paz, Bolivia. Julio de 2013.

Con Mara fuimos a cenar a la que considero la mejor pizza de Buenos Aires, pizzería Guerrín, en plena avenida Corrientes, a unos pasitos nomás del pene porteño, el Obelisco, donde sucumbimos a la muzzarella y a la fugazetta. 
Esta pizzería fundada en el año 32, cuando el tango estaba todavía confinado a la zona portuaria, es un clásico de la ciudad de Gardel, y se destaca por su pizza al molde, gruesa, consistente, a tal punto que una única porción resuelve el hambre más voraz. Otra característica que ostenta este sitio y que lo envuelve de misticismo, es que se puede comer "al paso", de parado, sobre una mesada alta, y esto representa en la vorágine de la cotidianeidad, un acto comparable al de la meditación, porque lo trasporta a uno a un mundo gobernado por los ácidos gástricos y tan placentero que genera amnesia transitoria de los problemas.


Con la panza llena y el corazón contento, faltaba elegir el lugar para la sobremesa. Y se impuso el café Tortoni, más clásico que River y Boca, sobre la avenida de Mayo, donde otrora funcionaba la peña literaria organizada por el pintor Quinquela Martín y desde donde, no hace mucho, Dolina transmitía su programa de radio. Más que una sobremesa, fue una señora merienda: café con leche con medialunas para todos.




Entre pitos y flautas, célebre expresión porteña, Mara subió a su avión en un hasta pronto y otra aeronave que provenía también de nuestro continente latinoamericano pero varios miles de kilómetros más al norte, nos trajo a una entrañable amiga maracucha y cineasta, la Caro, que tentada por el Bafici -Festival de Cine Independiente de Buenos Aires- vino unos días a la ciudad de la furia.
Nuestra fanática e hiperquinética amiga anduvo de cine en cine sin comer, sin dormir, sin detenerse a pensar que por esas calles donde ella corría para llegar a tiempo al cine Gaumont y ver una película polaca de vanguardia, anduvieron próceres tan disímiles como Mariano Moreno y Charly García. Recién cuando el Bafici terminó, pudimos agasajar a Caro de la forma más argentina y gloriosa que existe: un asadito en la terraza con vino tinto. 



Hermosa velada, sentido reencuentro. Nos la pasamos hablando del presente y de aquel pasado en común, no tan lejano, en Maracaibo -Enero de 2014- donde nos topamos afortunadamente, otra vez gracias a couchsurfing, con este grupo de personas tan cálidas como el clima de la ciudad venezolana del lago y el petróleo. Pero esta vez hubo chorizo, entraña, vacío y provoleta, nada de arepas.
Y así estuvimos hasta el atardecer envueltos por la paz que genera la digestión, el ensueño del vino y el cariño bolivariano.


Pasaron 2 meses y en Junio Maracaibo volvió a mandar a otro embajador, también muy querido por nosotros, el Doctor Yaso Framber, que venía a conocer el frío de la Pampa húmeda. 
El concepto de frío para un marabino es 35 grados a la sombra. Cuando Framber llegó, pensó que se encontraba en la Antártida. Para colmo llovía sobre puerto Madero, a donde el micro Tienda de León lo había acercado desde Ezeiza. 
Después de esta llegada traumática la cosa mejoró en nuestra casa en Villa Urquiza, con un té de durazno y un par de paquetes de galletitas argentas: sonrisas y rumbas. El doctor Yaso fue el primero en hospedarse en nuestros aposentos y fue una grata experiencia. Anduvo por todos lados, muchos barrios, casas y gentes porque Framber es como Roberto Carlos: "tiene un millón de amigos".

                                     Parque General Paz y barrio parque Saavedra


                                       Empanadas argentinas, una cita obligada

                                    Lago de Maracaibo, allá a principios de 2014

Juntos, él conoció y nosotros redescubrimos el barrio Recoleta, de lo más cheto y nariz respingada de la ciudad de Buenos Aires. Wikipedia lo define como "un barrio tradicional de sectores acomodados", una forma elegante de nombrar al barrio de la oligarquía porteña, los autos lujosos y el desdén. Pero posee lugares de interés histórico y cultural como el cementerio de la Recoleta, al lado del antiguo convento de los padres recoletos -de donde el lugar toma su nombre-, allí descansan los restos de Eva Duarte de Perón -casi una contradicción- y de Domingo Faustino Sarmiento, además de los 3 radicales que llegaron a ser presidentes: Hipólito Yrigoyen, Illia y Alfonsín. No entramos a recorrerlo, ya que reflexionamos unos minutos y llegamos a la conclusión de que pasaremos gran parte de nuestra existencia posterior a que el alma abandone nuestro cuerpo, en un lugar similar a ese, un toquecito más austero.
Este cementerio se encuentra en la lindísima y pseudo-hippoide plaza Francia, en donde los artesanos venden sus obras a precios internacionales. Anduvimos por los caminos de adoquín, respirando el oxígeno de los árboles y fuimos a parar al Centro Cultural Recoleta, donde había una exposición de fotos sobre la vida cotidiana de los Rolling Stone... ¿tienen vida cotidiana?. 

                                                             Plaza Francia

La última visita fue a principios de Agosto, de 2 amigos viajeros que no provenían de tan lejos. El más joven de ellos, Facu, el hombre silencioso del pullover de llama, que con su esbozo de sonrisa lo dice todo, se acercó desde Polvorines, partido de Malvinas Argentinas, centro-norte del Gran Buenos Aires, a 33 km de la Capital Federal. Y el más experimentado, el vikingo boquense de la melena rubia, Lucho, con su apellido convertido al suizo para tener acceso a la Unión Europea: Bevillaqueen, se trasladó desde O´Brien, partido de Bragado, provincia de Buenos Aires, pueblo conocido por ser la cuna de Fernando Cavenaghi, goleador de River Plate -por más que esto le pese a Bevillaqueen-.
A ambos los encontramos en un hostel en Cuzco, "La casa de la abuela", y fue como si los conociéramos hacía mucho tiempo. La empatía y el afecto que se generó en la ciudad cabecera del Tahuantinsuyo, continúa hasta hoy y seguirá.
Volvimos a hacer un asado -"el tiempo es circular" aclaraba Borges- pero esta vez en el chulengo de nuestra terraza en la ya nombrada sede de Villa Urquiza y en condiciones óptimas; ya no en las calles cuzqueñas moviendo el fuego cada vez que venía un auto, situación que había motivado en ese entonces la desesperación de Bevillaqueen y la recordada frase conocida por todos: "¿Dónde hay un horno!!!?". 

                                     La tranquilidad del chulengo

                                 Fuego a la intemperie en tierra de Pachacutec


                                     Reencuentro en Villurca

                                        Encuentro en la Casa de la Abuela
         
A continuación hizo su aparición la pastafrola acompañada del mate, luego de la carne y el vino. La charla fue y vino, del pasado al presente, de Cuzco a Buenos Aires, del viajero al trabajador, de lo espontáneo a lo cotidiano. Quedamos en un segundo encuentro pero con todos los que formamos parte de "La casa de la abuela", cuando regresen de sus giras.

Volver a encontrarnos con los amigos que conocimos en aquellos 6 meses de viaje a través de latinoamérica y Cuba, recibirlos en nuestra casa, recorrer juntos algún rincón de Buenos Aires, fue la manera que hallamos de seguir viajando, una vez establecidos.
Nuestro anhelo es preservar el espíritu del que viaja, la curiosidad, la alegría, la solidaridad, e incluso la calidez que se genera en las relaciones con las personas cuando uno vive libre, sin presiones, sin rutina, yendo de un lugar a otro. Los que vinieron ayudaron a cumplir este deseo, a los que vendrán los esperamos con los brazos abiertos.


                                Chuao, caribe venezolano, con el Iche y la Camio

                                  La Camio presente en el festejo de mis 34


                               Cayo Sombrero, Chichiriviche, norte de Venezuela

                                                Buenos Aires
                                             

                                                                                                               FIN, por ahora...


jueves, 20 de marzo de 2014

El viaje continúa

                ¡Qué seres más adaptables somos! Es que hay que sobrevivir diría Darwin. Hace ya casi 2  meses que regresamos a tierra rioplatense, al asado, al fóbal, al mate todas las mañanas y al “che” que pasa desapercibido. Fue un mes que pareció varios meses: buscar un lugar donde vivir, volver al trabajo y reencontrarnos con la banda, los viejos y los pacientes.

                Tenemos todavía el recuerdo a flor de piel de esa naturaleza brava, bella, bellísima. Aquel lago azul que une a Bolivia, Perú y los extraterrestres; la selva, los apus, el río Urubamba y la ciudad sagrada –creación de los hombres y de los dioses- del Cusco incaico y nunca español; los volcanes ecuatorianos que cuando quieren erupcionan sin pedirle permiso a nadie; el azul del mar de Barú que se fusiona con el cielo; la presencia de vida en cada milímetro del Tayrona, desde el mosquito molesto y las coloridas mariposas con pasado de gusano, hasta los monitos simpáticos que parecen reírse de los visitantes; el olor a cacao que impregna el norte venezolano y sus paradisíacas playas; el desierto de Coro, el nacimiento de la cordillera de los Andes en Mérida y el océano transparente que rodea a la más linda y revolucionaria de las islas, Cuba.

                               La isla del Sol, lado sur. El Titicaca al fondo.


                               Descanso, en el camino que va desde la puerta 
                               del Sol a la ciudad sagrada de Machu Picchu. 


                             Machu Picchu, Cusco.


                              Isla Barú, Cartagena de Indias, de día.
 

                                  De noche.
 
                Continuamos con el corazón hinchado de tanto cariño recibido durante la travesía. El que nos brindó nuestra familia paisa a través de sus arepas, el de nuestras madres cubanas de Vedado, los maracuchos de couchsurfing, el grupo de teatro Madeja, la casa de la Abuela cusqueña, la Camio de Viaje con el Iche –su artista invitado-, los krishna Ceci y Silvo y varios personajes más.






                Pensaba estas cosas mientras viajaba rumbo al laburo en el 127. El colectivo estaba  atestado de gente con cara larga, somnolienta, inmóvil. Los bostezos eran la única evidencia de que estaban vivos. El conductor tenía encendida la radio, y se podía escuchar uno de esos típicos programas informativos de la mañana que estaba anunciando todas "las desgracias" que ocurren en el país cuando de repente, sonó una canción que bailábamos con Miri y Martica en aquel sucucho de la avenida 23 en la Habana y automáticamente me invadió una sensación de alegría desde los pies hasta la capocha y no dejé de sonreir durante toda la mañana.

                El viaje de 6 meses que hicimos por nuestro continente latinoamericano nos movilizó, modificó y quedó grabado en nuestro cerebro, retina y piel. Por eso, hoy más que nunca, no entendemos el por qué de las fronteras, si tenemos tantas cosas en común, una misma historia.

                Por eso también, nos entristece ver la violencia en Venezuela, y que los medios de (in) comunicación hagan tan mal manejo de la información, para favorecer ciertos intereses.

                ¡Seguimos viajando! Con la mente, con el corazón, con los recuerdos, desde nuestro actual lugar en el mundo, en el barrio porteño de Villa Urquiza, que indudablemente tiene algo del Vedado cubano, del Envigado paisa, del barrio Salamanca en Lima y del Sopocachi paceño. Así como la avenida Constituyentes nos recuerda a la Colón quiteña o a la avenida Delicias –la número 15 si mal no recuerdo- de Maracaibo, o las amadas 23 y Línea de la Habana.

                Seguimos viajando cuando recibimos noticias del teatro Malayerba, del bar la Esencia en Cusco, de la Casa de Café caleña, del grupo de teatro Madeja, de nuestros colegas músicos de Kuska, de nuestra amiga maracucha cinéfila que se viene al Bafici nomás y de nuestro hermano paisa que se recibió de psicólogo luego de encerrarse unos meses en una quinta en Guarnes para concluir la tesis.

                               Bar la Esencia en Cusco.
 

                              Calles de Cali, yendo a la casa de Café.


                            Avenida Delicias, Maracaibo, bajo el sol quemante y los 
                            40 grados de temperatura.

                 En fin, estaremos aquí hasta que toque levar anclas y zarpar de nuevo, en la bella –para que no se ponga celosa-, artística y convulsionada Buenos Aires. Con la parrilla en la terraza, la pava con agua caliente, el mate con yerba nuevita y el bandoneón sonando en la radio.




               








 
               

sábado, 1 de febrero de 2014

Final caraqueño

                Por lo que nos habían contado y habíamos leído en la "gringo planet", una guía turística de latinoamérica escrita por y para yanquis y europeos, Caracas era un lejano oeste lleno de pistoleros, en el que nos iban a robar, secuestrar y tirotear.
                Estuvimos en la ciudad capital muy poco tiempo, llegamos un miércoles a las 3 de la tarde y nos fuimos un viernes a la misma hora, pero es preciso decir que fue muy amigable y hospitalaria con nosotros. Y esto gracias una vez más a couchsurfing, esta gran idea de un programa de computación para conectar viajeros y formar lazos de solidaridad que hagan más fácil y disfrutables las travesías de los que nos lanzamos por el mundo.
               Personas elegidas al azar que la mayoría de las veces se transforman en amigos, te hospedan y te muestran el lugar en el que viven a cambio de la compañía y de pasar un buen rato y uno se siente tan a gusto que termina casi como acto reflejo, invitando a quien lo alojó a visitar su casa en un punto alejado del mapa y así sucesivamente, de tal forma que se genera una red de viajeros.
               Nuestra couch en Caracas fue Mariana, estudiante de arquitectura y oriunda de Maracay, quien nos recibió en su espacioso departamento en un piso 12 con balcón al frente, desde donde se podía ver toda la ciudad natal de Simón Bolívar, los edificios apiñados en el centro y más a lo lejos las casitas humildes con techos de chapa colgando de la ladera.


                La primera noche terminamos en una plaza de cemento en la urbanización Chacao -los venezolanos llaman urbanización a lo que para nosotros es barrio y barrio a lo que denominamos villas-, pequeña, un tanto exclusiva, con precios altos y algunos dicen uno de los pocos sitios donde se puede estar cuando cae el sol.
                Según lo que nos contaron, por la inseguridad y los robos, cuando oscurece la gente elige estar adentro y las calles quedan desiertas. Cuando se sale a bailar a un boliche o a una fiesta en una casa particular, se espera hasta el amanecer para regresar. De alguna manera Caracas ha perdido su noche por el miedo.
                Al día siguiente nos levantamos tempranito, desayunamos unas arepas con queso y salimos a caminar la ciudad. En ella las paredes hablan y las construcciones también: de vez en cuando se alcanzan a ver varios edificios bajos, idénticos, uno al lado del otro. Son los que levantó el gobierno de Chávez para darle a la gente pobre, en condiciones de calle, un hogar. Y están ubicados en pleno centro, lo cual alborota a los que tienen dinero, acostumbrados a la exclusividad.




                También anduvimos en metro, que es moderno, limpio y funciona muy bien y nos subimos al teleférico en dos oportunidades. La primera vez en uno construido hace un par de años, que conecta el centro con San Agustín, un barrio pobre sobre la montaña con calles angostas y viviendas de ladrillo con techos de lata, en el que pocos se animan a entrar a pie. Pero desde arriba se lo ve lleno de vida, con niños que van y vienen de las escuelas y juegan en la vereda.


                La segunda vez nos subimos a un teleférico turístico, que valía 10 veces lo del anterior, que fue creado en la década del 40 y renovado al principio del 2000 y que tiene un recorrido muy bello hacia el Ávila, el cordón montañoso que vigila la ciudad. Al llegar a la cima, la temperatura baja y hay bastante neblina, pero se puede divisar con algo de esfuerzo el mar Caribe. Caminando 5 minutos por allí arriba, se llega a un hotel construido durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, que se encuentra actualmente desmantelado.







                El recorrido siguió por plaza Venezuela, en el medio de la intersección de 6 calles, con su característica fuente, punto de referencia para encuentros. También anduvimos por plaza Caracas, de cemento, donde se alzan dos ministerios y dimos una vuelta al parque central de Altamira. Finalizamos la ruta en el barrio comercial Sabana Grande.




               Caracas fue la quinta capital latinoamericana que visitamos en este sueño hecho viaje. Ya habían pasado La Paz, Lima, Quito y La Habana. A Bogotá la salteamos porque preferimos la ruta de Cali - Medellín. Todas ellas con sus particularidades nos abrieron las puertas y nosotros acostumbrados a la locura de Buenos Aires, nos adaptamos bastante bien.
                Hubiese sido lindo quedarnos más tiempo en esta ciudad de las mil facetas: la que muestra la película "Piedra, papel o tijera", la que nos acogió amigablemente, la revolucionaria de Hugo Chávez y Simón Bolívar, y la que canta Cecilia Todd con su increíble voz, entre otras. Pero las turbinas del Conviasa que luego se atrasaría 2 horas ya estaban funcionando y los aires del regreso ya se hacían sentir a tal punto que nos envolvía una indescriptible sensación de nostalgia, de esas de las que hablan nuestros tangos...