sábado, 1 de febrero de 2014

Final caraqueño

                Por lo que nos habían contado y habíamos leído en la "gringo planet", una guía turística de latinoamérica escrita por y para yanquis y europeos, Caracas era un lejano oeste lleno de pistoleros, en el que nos iban a robar, secuestrar y tirotear.
                Estuvimos en la ciudad capital muy poco tiempo, llegamos un miércoles a las 3 de la tarde y nos fuimos un viernes a la misma hora, pero es preciso decir que fue muy amigable y hospitalaria con nosotros. Y esto gracias una vez más a couchsurfing, esta gran idea de un programa de computación para conectar viajeros y formar lazos de solidaridad que hagan más fácil y disfrutables las travesías de los que nos lanzamos por el mundo.
               Personas elegidas al azar que la mayoría de las veces se transforman en amigos, te hospedan y te muestran el lugar en el que viven a cambio de la compañía y de pasar un buen rato y uno se siente tan a gusto que termina casi como acto reflejo, invitando a quien lo alojó a visitar su casa en un punto alejado del mapa y así sucesivamente, de tal forma que se genera una red de viajeros.
               Nuestra couch en Caracas fue Mariana, estudiante de arquitectura y oriunda de Maracay, quien nos recibió en su espacioso departamento en un piso 12 con balcón al frente, desde donde se podía ver toda la ciudad natal de Simón Bolívar, los edificios apiñados en el centro y más a lo lejos las casitas humildes con techos de chapa colgando de la ladera.


                La primera noche terminamos en una plaza de cemento en la urbanización Chacao -los venezolanos llaman urbanización a lo que para nosotros es barrio y barrio a lo que denominamos villas-, pequeña, un tanto exclusiva, con precios altos y algunos dicen uno de los pocos sitios donde se puede estar cuando cae el sol.
                Según lo que nos contaron, por la inseguridad y los robos, cuando oscurece la gente elige estar adentro y las calles quedan desiertas. Cuando se sale a bailar a un boliche o a una fiesta en una casa particular, se espera hasta el amanecer para regresar. De alguna manera Caracas ha perdido su noche por el miedo.
                Al día siguiente nos levantamos tempranito, desayunamos unas arepas con queso y salimos a caminar la ciudad. En ella las paredes hablan y las construcciones también: de vez en cuando se alcanzan a ver varios edificios bajos, idénticos, uno al lado del otro. Son los que levantó el gobierno de Chávez para darle a la gente pobre, en condiciones de calle, un hogar. Y están ubicados en pleno centro, lo cual alborota a los que tienen dinero, acostumbrados a la exclusividad.




                También anduvimos en metro, que es moderno, limpio y funciona muy bien y nos subimos al teleférico en dos oportunidades. La primera vez en uno construido hace un par de años, que conecta el centro con San Agustín, un barrio pobre sobre la montaña con calles angostas y viviendas de ladrillo con techos de lata, en el que pocos se animan a entrar a pie. Pero desde arriba se lo ve lleno de vida, con niños que van y vienen de las escuelas y juegan en la vereda.


                La segunda vez nos subimos a un teleférico turístico, que valía 10 veces lo del anterior, que fue creado en la década del 40 y renovado al principio del 2000 y que tiene un recorrido muy bello hacia el Ávila, el cordón montañoso que vigila la ciudad. Al llegar a la cima, la temperatura baja y hay bastante neblina, pero se puede divisar con algo de esfuerzo el mar Caribe. Caminando 5 minutos por allí arriba, se llega a un hotel construido durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, que se encuentra actualmente desmantelado.







                El recorrido siguió por plaza Venezuela, en el medio de la intersección de 6 calles, con su característica fuente, punto de referencia para encuentros. También anduvimos por plaza Caracas, de cemento, donde se alzan dos ministerios y dimos una vuelta al parque central de Altamira. Finalizamos la ruta en el barrio comercial Sabana Grande.




               Caracas fue la quinta capital latinoamericana que visitamos en este sueño hecho viaje. Ya habían pasado La Paz, Lima, Quito y La Habana. A Bogotá la salteamos porque preferimos la ruta de Cali - Medellín. Todas ellas con sus particularidades nos abrieron las puertas y nosotros acostumbrados a la locura de Buenos Aires, nos adaptamos bastante bien.
                Hubiese sido lindo quedarnos más tiempo en esta ciudad de las mil facetas: la que muestra la película "Piedra, papel o tijera", la que nos acogió amigablemente, la revolucionaria de Hugo Chávez y Simón Bolívar, y la que canta Cecilia Todd con su increíble voz, entre otras. Pero las turbinas del Conviasa que luego se atrasaría 2 horas ya estaban funcionando y los aires del regreso ya se hacían sentir a tal punto que nos envolvía una indescriptible sensación de nostalgia, de esas de las que hablan nuestros tangos...




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