Cruzar las
fronteras es lo más tedioso de un viaje, quizás porque no deberían existir. Por
esa razón siempre procuramos atravesarlas arriba de un micro. Cuando pasamos de
Colombia a Venezuela no pudimos lograr esto, porque los buses que iban directo
desde Santa Marta a Maracaibo estaban agotados, por lo que tuvimos que sufrir
la frontera a pie.
Nos subimos a una combi en Santa
Marta que nos alcanzó hasta Maicao, la frontera del lado colombiano, guajira,
desierto. Duró 4 horitas la travesía, comiencen a contar. Desde ahí nos
montamos en un auto viejo, sin aire y destartalado, de los largos, junto a dos
colombianas que vivían en Venezuela. Una de ellas, la más vieja, se había
mudado a los pagos de Chávez hacía muchos años, para darle educación a sus
hijos, porque en Colombia es carísima y en Venezuela gratis, de calidad y con
más oferta: más universidades por Estado.
Al llegar a la oficina de
migraciones del lado colombiano hicimos la cola bajo el sol agobiante y después
de media hora ya teníamos la salida en el pasaporte firmada. Fue un trámite
rápido. Pero del lado venezolano la cosa no es tan fácil. Hay pocos empleados
sellando pasaportes y colas kilométricas. La demora oscila entre 3 y 4 horas. Lo
corrupto del caso es que si uno paga 300 bolívares, pasa sin hacer cola.
Lógicamente esto no es legal, es un chanchullo de la policía de migraciones
venezolana.
Los 4 que estábamos en el auto
acordamos pagar los 300 bolívares per cápita y pasamos sin hacer cola, es
decir, sin deshidratarnos bajo el sol despiadado, pero siendo cómplices de este
acto de corrupción.
Nos demoramos 5 horas hasta
Maracaibo porque cada 2 por 3 oficiales del ejército detenían el carro para
pedirnos los pasaportes y para pispear si podían obtener algunos bolívares pidiendo coima. “¡Ups! A este auto le falta un espejito retrovisor, tiene
que pagar 400 bolívares para seguir”. “¡Ups! Las hojas del pasaporte están
arrugadas, tiene que pagar 200 bolívares para seguir”. Cualquier excusa es
válida para estos "cuidadores de la seguridad" ávidos de dinero.
Por suerte al llegar a Maracaibo
encontramos la contención y alegría de un grupo hermoso de couchsurfing. Y no
sólo la contención, porque Luis además nos hospedó en su casa por 4 días.
En un edificio añoso, de unos 30
años, bien ubicado, ahí nomás de la avenida Delicias, estuvimos alojados. El
departamento era bien amplio, con 4 habitaciones, 3 baños, un balcón al frente
y mucho cariño.
Allí además de nosotros estaban
alojados tres cordobeses púberes, que rondaban los 20 años, muy queribles los
culeados y después cayó un franchute Aymeric, viajero nato, que de tan cálido
parecía latino.
Luis, el dueño de casa, buenazo
como pocos, ingeniero en petróleo, nos explicó una mañana algunas cuestiones
sobre el oro negro. Venezuela es el país que más petróleo
tiene en toda América, sólo comparable con los países del Medio Oriente.
La explotación de este recurso
no renovable está a cargo del Estado, lo cual es glorioso, porque el interés no
está puesto solamente en producir petróleo, sino también en cuidar los
recursos. Esto último se logró con el chavismo.
Venezuela forma parte de la
Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), junto a Argelia, Arabia
Saudita, Emiratos Árabes, Indonesia, Irán, Irak, Kuwait, Libia, Nigeria y
Qatar. Estos 11 producen el 40% del
petróleo mundial y de ellos depende el precio.
Estados Unidos es el mayor
consumidor y se le están acabando los barriles. ¿Será por esta razón que odia
tanto a los países anteriormente enumerados y se empeña en hacerles la guerra?
Es sólo un interrogante.
Cargar el tanque aquí cuesta 3 bolívares,
50 centavos de dólar oficial, 5 centavos de dólar negro, menos que una botella
de agua mineral chiquita, cuyo valor en el supermercado ronda los 10 bolos.
Luis además de petróleo sabe de arepas y lo demostró una mañana en la que nos agasajó con una receta símil Reina Pepiada.
Luis además de petróleo sabe de arepas y lo demostró una mañana en la que nos agasajó con una receta símil Reina Pepiada.
Siguiendo con lo anterior, del grupo de couchsurfing de
Maracaibo también conocimos a Framber, artista, payaso de hospital, diseñador
gráfico y un eterno preocupado por el otro. Y Caro, fanática y conocedora del cine, futura
productora y con la capacidad de hablar hasta por los codos.
Con ellos recorrimos la calle
Carabobo con coloridas casas coloniales –una especie de “Caminito” venezolano-,
el centro de la ciudad con su plaza, casa de gobierno, catedral, basílica, todo
muy cuidado y conservado. También vimos una escultura altísima de la virgen de
Chiquinquira, muy venerada en estas latitudes. A tal punto que en conmemoración a ella, todos
los 18 de noviembre se realiza la Fiesta de la Chinita en Maracaibo. Finalmente el que se ve en la foto de abajo es el patognomónico gran lago de la ciudad.
El sábado a la noche salimos a parrandear en banda por la misma calle Carabobo, no sin antes tomarme unos minutos docentes, para revelarles a los jóvenes cordobeses los “10 tips para conquistar mujeres”. Bebimos cervecita y entramos a un boliche donde bailamos en ronda la música punchi – punchi y el reggeaton que sonaba. La joda se acabó a las 3 de la matina, así que volvimos caminando por las oscuras calles de Maracaibo, sólo parando en un puestito de hamburguesas para afrontar el bajón.
El domingo por la mañana,
también en patota, nos subimos a un bus eco – turístico gratuito, subvencionado
por el Estado que nos llevó al parque botánico. Allí dimos unas vueltas, nos
presentaron con nombre y apellido los árboles de la región y nos volvimos en el
mismo transporte.
Fueron unos días en Maracaibo muy lindos y amigables. En definitiva, se cumple la regla que dice que cuando uno encuentra personas divertidas, la ciudad se torna acogedora. En otras palabras, indudablemene la belleza de un lugar está dada por su gente.
Estos puberes cordobeses agradecen por los tips y la compañia! Jajaja muy bueno el blog! Abrazos enormes!
ResponderBorrarHan sido buenos discípulos! Ya nos volveremos a ver, con asado, cuarteto y fernet! Un gran abrazo, por acá se los quiere!
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