Cumplir
años es como volver a nacer, más cuando ocurre en otro país. Llegué a mis 33 en
la Habana, Cuba, una ciudad y un país que estuvieron en mi imaginario desde
pequeño: me crié más con el Che que con Caperucita Roja.
Además se trata de una edad muy
simbólica: a los 33 pirulos Cristo, el primer revolucionario de nuestra era,
fue crucificado. Espero vivir unos cuantos años más, intensamente como en este viaje latinoamericano y caribeño.
Aquel 12 de diciembre iniciando la década del 80, mi vieja pujó y pujó hasta que fui arrojado a este mundo, el mismo día que nació Frank Sinatra en 1915, se independizó Kenia
del Reino Unido en el 63 y Nicolino Locche se consagró campeón del mundo en el
68 en Tokio. No tengo ni la voz de Frank, ni la fuerza de Nicolino y mis antepasados son de Marruecos, no de Kenia, pero quería dejar constancia de que los 12 del 12 ocurren acontecimientos importantes.
El jueves 12 viví mi natalicio metido en el cine. Fue el primer día
que asistimos al 35 Festival Internacional de Cine Latinoamericano en la Habana. Vimos
“Deshora”, una película argentina “pseudo – profunda” y de tanto que se la da,
termina siendo mala; y “Azul y no tan rosa”, venezolana, sobre la
homosexualidad y la intolerancia, bien contada y emotiva.
Al día siguiente
fue la fiesta de cumpleaños. Por primera vez en mi no tan corta existencia degusté una langosta casera y luego vinieron a mi casa en la Habana un grupo de amigos
de mi anfitriona y festejamos a lo cubano con música, baile, ron y Tu Kola.
La noche buena también
transcurrió en la isla y consistió en un almuerzo de lujo en la casa de al
lado, donde vive la madre de quien nos hospedaba, de 77 años de edad. Asistió a la velada un tío muy simpático con ya 85 primaveras en su haber. Nos
deleitamos con un plato principal de carne de cerdo a la cacerola acompañado de
garbanzos con salsa, arroz blanco y ensalada de lechuga, tomate y piña, todo ello cocinado y sazonado por nuestra madre cubana y anfitriona. Para
coronar aportamos un turrón de almendras, de esos que se pegan en los dientes,
comprado en la Habana vieja. No faltaron las historias en la mesa, ya que contábamos con la compañía de estos dos viejitos, que aunque ya comienza a fallarles la memoria, lo poco que recuerdan tiene que ver con la revolución, seguramente por su carga emotiva.
A la noche papa Noel me trajo de
regalo un dolor de muela que me tuvo en vilo hasta que nos levantamos a las 4
de la matina del 25, para tomarnos el trineo de vuelta a Cartagena.
Seis días después tocaba festejar
el fin de año y recibir al 2014. Lo hicimos a lo grande en el balcón sin
baranda de nuestro hostel en Santa Marta, norte de Colombia.
Allí se hizo presente la “argentinidad
al palo”. Éramos 6 argentos, 4 de Buenos Aires y una pareja de cordobeses
estudiosos del fernet, y un colombiano dueño del hostel donde estaban hospedados estos últimos, que ese
mismo día cumplía 40.
El menú incluyó pizza a la
parrilla, mucha birra Águila y ensalada de frutas tropicales de postre. Luego
del brindis nos bajamos del balconcito a bailar al ritmo del vallenato y Marc
Anthony.
Fueron 3 festejos muy especiales
en el marco de este viaje que ya lleva un poco más de 5 meses y nos está
colmando de alegría y enseñanzas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario