El sueño de una generación de recuperar el poder usurpado por el país del norte y sus secuaces títeres -Batista entre ellos- y lograr desde ese lugar una sociedad más justa, se llevó a cabo el 1 de enero del año 59 en Cuba, una de las tantas islas que existen en el Caribe y que adquiriría a partir de ese momento una singularidad merecida.
Estos ideales de justicia social e igualdad quisieron ser extendidos a los países latinoamericanos, pero los ejércitos entrenados por el diablo norteamericano, las petroleras y la ambición del hombre en general pudieron más.
De esta forma Cuba quedó aislada, resistiendo.
Mañana visitaremos la isla por primera vez, a pocos días del aniversario número 55 de la revolución. Vamos sin expectativas, lo más neutros posible, a escuchar lo que nos quiera contar la gente, la calle, las paredes.
Provenimos del resto del mundo, de uno de los tantos países que dejó sola a Cuba. Nuestro modus operandi es capitalista y nuestro inconciente freudiano está regido por el dinero.
No podemos entender cómo no hay internet en la isla, por qué existe una moneda para turistas y otra para cubanos, por qué razón lucen quedados en el tiempo y cómo hacen para vivir con 20 dólares al mes, entre otras cosas.
Pero sí nos es familiar y aceptamos sin siquiera sorprendernos las desnutrición infantil, el desempleo, la explotación de nuestros recursos por potencias extranjeras, el analfabetismo, la destrucción de la salud pública por los gobiernos de turno (¡Macri estoy hablando de vos!) y la lista podría seguir interminable.
Por todo lo dicho, viajamos a Cuba intentando hacer a un lado lo más posible nuestros prejuicios, permeables. A nadar en el mar Caribe, perfeccionar nuestra salsa, charlar con la gente y desaprender lo aprendido. A hacer colas kilométricas por un jabón, andar en autos de otra época, despojarse de las múltiples opiniones a favor y en contra y a recibir elogios por el sólo hecho de ser argentino igual que el Che.
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