Las de
Cartagena son las típicas playas de ciudad, como Manta en el Pacífico
ecuatoriano y Mar del Plata sobre el Atlántico argentino. Y como tal no son
lindas.
Los edificios tapan el sol y uno
no se puede escapar de la gente y el ruido. El mar es marrón por los desechos
cloacales, la gasolina derramada y la basura arrojada.
Estimo que los seres humanos conscientes de esta situación, utilizamos un mecanismo de negación para zambullirnos de todas formas y disfrutar. Pero no es lo que esperábamos de Cartagena de Indias y el mar Caribe.
Ahora bien, si uno opta por ir a
playa Blanca en isla Barú, a sólo horita y media del centro de Cartagena, la
cosa cambia radicalmente. ¿Pero cómo hacer si los tours son un robo a mano
armada?
Siempre existe una alternativa.
Hablamos con Alba, la señora que limpia en el hotel donde estábamos alojados y
nos cantó la posta. Caminamos 2 cuadritas, atravesamos un puente y sobre una
curva nos subimos a un colectivo que nos alcanzó hasta Pasacaballos.
Viajamos con la gente del
pueblo, en su mayoría trabajadores, y un clima muy alegre y popular se sentía,
con el acordeón del vallenato de fondo. De este modo es mucho más placentero
que compartir una lancha con gringos excitados angloparlantes, jugadores de
beisbol y comedores de hamburguesa.
Al llegar a Pasacaballos nos montamos en una moto cada uno y con ella a un ferri con el que cruzamos un brazo
pequeño del río Magdalena ¡Ya estábamos en isla Barú!
Continuamos en la moto con el
viento lavándonos la cara hasta playa Blanca, a través de un paisaje de
árboles, matas y mucho verde. Los pobladores de la isla son
afroamericanos, lo que le da ritmo, color y una riqueza cultural inimaginable.
Este lugar es uno de los pocos
que quedan sin privatizar, en cambio, las islas del Rosario ya fueron
compradas. Sin embargo, la belleza de Barú es tal, que en cualquier momento
será usurpada, codicia del hombre.
En definitiva, estábamos en el
lugar por sólo 13.700 pesos colombianos (7 dólares): 1.700 del bus, 10.000 de
la moto y 2.000 del ferri, y regresaríamos por el mismo precio. En total 27.400
ida y vuelta, menos de la mitad de los 60.000 que ofertaba el tour, y todo el
tiempo que uno quisiera para estar en la playa, no las escasas 3 horas
estrictamente controladas.
¡Y sí señores! Hemos conocido el
paraíso antes de morirnos. Este sitio es la manzana prohibida y nos sentimos
Adán y Eva. Imaginense: agua calentita y color turquesa –se podían ver pasar
los pececitos y los pies-, arena blanca, palmeras, poca gente –la mayoría del
lugar, negros simpáticos, pero que se excedían un tanto intentando venderte
algo-, barcitos improvisados que bendicen el almuerzo con exquisitos platos de
pescado y camarones y mucha pero mucha fruta.
No me alcanzan las palabras para describir la belleza de este rinconcito del norte de Colombia, todavía público, sin edificios, ni ruido, y con mar cristalino. Tendrían que ver nuestra cara de felicidad y relajo y nuestra piel bronceada.
Seguimos más vivos que nunca, y
ya conocimos el paraíso. Nuestro eterno agradecimiento a la Madre Naturaleza.
es tan diosa mi amiga!! me mato lo de: "gringos excitados angloparlantes, jugadores de beisbol y comedores de hamburguesa". gringos go hoooome!! jajaa
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