Medellín es
hermosa por su gente. Apenas llegamos teníamos la opción de ir a 3 casas: una
en barrio Envigado, otra en Laureles (uno de los más top) y la tercera en
Guarne, un tanto alejada y agreste.
Fuimos a parar a Laureles, donde
Adri, una psicóloga paisa, viajera, actriz y profesora de la universidad de
Envigado, se había mudado recientemente con 2 amigos. Estuvimos allí una semana
y pudimos descansar, tomar café hasta la úlcera gástrica en el balconcito y
participar de la fiesta de inauguración.
Se trata de un departamento muy
espacioso, fresco y moderno. Cuenta con 5 ambientes (uno de servicio), 3 baños,
cocina larga y balcón al frente, así que estuvimos muy cómodos. Y lleno de
detalles, decorado como quien no quiere la cosa: cuadritos en el living, una libélula
de plástico en el vidrio y un televisor viejo sin pantalla con una pantera rosa
de plástico dentro.
El barrio también nos atrapó.
Edificios lindos, no tan altos, mucho verde, calles limpias, no muchos autos y
la increíble calle 70. Caminar dicha calle desde la avenida San Juan (la número
44) hasta el estadio de Nacional de Medellín, fue uno de nuestros mayores
placeres: puestitos que vendían pizza paisa, ensaladas de fruta, arepas e
intercalados barcitos donde se podía bailar salsa o sentarse a tomar una
cerveza o jugar al billar. Y al fondo el estadio y el folklore del fútbol:
absolutamente todo teñido de verde y blanco, los colores de Nacional, uno de
los pocos equipos colombianos que ganó la Libertadores en el 89.
Participamos de la fiesta de
inauguración de la casa de Adri y conocimos mucha gente linda. Tomamos vino
hasta el cansancio, picamos algo y bailamos salsa al final de la noche.
Cuando terminamos nuestra
estadía allí, nos mudamos a Envigado, la casa de Meli, estudiante de psicología
en la universidad de dicho barrio, amante del teatro y discípula de nuestra
anfitriona anterior. Con sólo 22 años, se la ve muy segura de lo que quiere.
Entre sus anhelos aparece el de viajar y volver a Buenos Aires, tierra que ya
visitó, pero con la cual quedó ligada, vaya a saber uno por qué.
Allí conocimos a Marta y John, 2
personas queribles por donde se los vea, padres de Meli. Ellos nos trataron
como reyes y se dedicaron a engordarnos como ganado. Nos cocinaban a toda hora: patacones,
frijoles, arepas de choclo con revuelto de huevo, cebolla y salchicha y el
infaltable tintito de café.
Nosotros agradecimos la hospitalidad con un bife a la criolla ¡bien argentino che!
Pero no solamente la gente con
la que uno se relacionó fue hospitalaria y amable, sino también la desconocida.
Cada vez que nos perdimos en la ciudad, siempre hubo un paisa dispuesto a
ayudarnos, incluso a llevarnos "de la mano" a nuestro destino.
Recién llegados en Medellín,
fuimos con Adri y sus estudiantes, que forman el semillero de teatro, a un
barcito en el que se podía escuchar la melodía nostálgica de un tango. Es que
esta ciudad en la que Carlitos Gardel vivió sus últimos instantes antes del trágico
accidente, es bien tanguera.
Allí un señor de unos cincuenta
y tantos años, pelado, rechoncho y con anteojos, quien se encontraba apostado
sobre la barra bebiendo un vaso de licor, quedó encantado con la belleza de mi
compañera, a tal punto que le invitó un tamal. En este caso la amabilidad se
mezcla con encantamiento pero también cuenta.
Abracé a Ana para dejar en claro quién era el
novio, e inmediatamente el señor pidió que no me ponga celoso, pero a su vez
prohibió que yo probara el tamal. Era sólo para Ana.
Recorrimos además el Poblado, un
barrio turístico, con muchos hosteles, bares, noche y gringos, que no nos
gustó; el centro de la ciudad (San Antonio), donde está el parque de Botero, lleno de sus rechonchas esculturas y la calle peatonal Junín, símil Florida, en la que se sitúa el café Versalles, meca de argentinos por sus empanadas de carne y porque venden yerba.
Por último visitamos el parque Arví, inmenso bosque con río y laguna incluídos,
al que accedimos por metro – cable, un teleférico que se toma en la estación
Acevedo de la línea A del metro y te lleva por encima de las comunas más pobres
hasta Santo Domingo, y de ahí al parque.
Las casitas de estos barrios están
construidas sobre la falda de las colinas que rodean Medellín. Los techos son de
chapa, sostenidos por un par de ladrillos que evitan que se vuelen. Se puede
distinguir desde lo alto una señora que cuelga la ropa y los niños con sus
uniformes que van a la escuela.
La ciudad entera nos abrió las
puertas. Fui invitado a dar una clase de clown a los chicos del semillero de
teatro, estudiantes de psicología, en el gimnasio de la universidad de
Envigado. Todos ellos tenían unas ganas locas de aprender y divertirse, así que
salió muy linda.
Son jóvenes preocupados por la sociedad en la
que viven, o mejor dicho ocupados en que cambie. Trabajan con personas “desplazadas”,
es decir, que fueron expulsadas de un barrio a otro, o que tienen familiares
que fueron víctimas de los conflictos armados.
¿Qué más? Hoy por la noche, después de un mes y
medio de descanso, vamos a compartir nuestra música en un barcito “Chapoleras”,
cerquita de donde estamos viviendo.
Van a venir a escucharnos todos los amigos que
nos hicimos en estos 14 días de estadía en este lugar del mundo tan particular,
lleno de desigualdades y conflictos, pero también de gente maravillosa que nos
alojó en sus hogares, nos cocinó sus arepas, nos contagió con su alegría y nos
abrió su corazón.
Dani y Ana, me siento muy orgullosa del encuentro que la vida nos dio en Medellín, la admiración y las ganas de construir lazos crecen y se que así como nuestro primer encuentro fue acá, el segundo sera en cualquier otro lugar del mundo (preferiblemente su gran ciudad), gracias por la alegría, las risas y los consejos salidos del corazón. Me encanta que haya querido esta ciudad y nuestra casa siempre estara abierta para el regreso anual que mis papas tanto añoran. Un abrazo grande y pronto nos volveremos a ver! Un abrazo grande...
ResponderBorrarzarpado chicos, los quiero.
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