lunes, 7 de octubre de 2013

Cielo plomizo en la costa ecuatoriana



                                                           Playa de Montañita

                 No se le puede pedir peras al Olmo. Tampoco podés pretender que Agustín Pelletieri empiece a meter goles y saque a Racing de la crisis, porque es un hombre de marca, rústico. Rogarle a los políticos que no roben cuando por fin llegan al poder es una misión imposible. De la misma forma empecinarse con que en la costa ecuatoriana haya sol en esta época del año por el sólo hecho de ser Ecuador, un país bastante al norte de Latinoamérica,  lleno de frutas tropicales y de aves coloridas, no tiene sentido.

                Entre mayo y noviembre, aquí sobre el mar Pacífico no hay sol. El cielo se tiñe de un gris que ensombrece las bananas, papayas y piñas y la lluvia es habitual. Aquí no hay invierno, otoño, primavera y verano, pero existe una estación seca y otra húmeda y en ésta última no es lo más recomendable venirse a la costa.

                Sin embargo son tan lindos estos lugarcitos costeros, que se disfruta aunque el sol no quiera salir. En Montañita, a partir de las 5 de la tarde comienza la fiesta. Hay un montón de puestitos, uno al lado del otro, construidos en forma casera con un par de troncos, donde se venden tragos de todo tipo. Hasta nuestro querido fernet se puede tomar. Nosotros sucumbimos a la caipirinha y a la piña colada.

                A esa misma hora la música empieza a retumbar desde los múltiples parlantes ubicados estratégicamente, y compiten a ver quién la pone más fuerte. Es en ese momento que uno cae en la cuenta que Montañita es un pueblo pensado para jóvenes que desafían su hígado con litros y litros de alcohol y que están en “plan levante y reviente”. Para un anciano como quien escribe, que elige la tranquilidad ante todo, en ocasiones este lugarcete meca de los argentinos puede tornarse un tanto ruidoso pero nunca deja de ser muy pintoresco.

                                                      Puerto López y sus barquitos.


                Puerto López también nos recibió con el cielo nublado como era de esperar, ya habíamos perdido todas las esperanzas de que apareciera el sol. Entonces tuvimos que intercambiar la vida playera por unas excursiones sumamente recomendables.

                Hicimos avistaje de la ballena jorobada en una lanchita para 25 personas. Y las vimos salir a respirar, jugar, dar vueltas por el aire y caer con sus 30 toneladas retumbando en el mar. Las idas y venidas del barquito nos provocó cierta descompostura que canalizamos a través de una corrida hacia la popa para inclinar nuestras cabezas hacia el mar y expulsar nuestro desayuno con un poco de ácido gástrico. El guía nos consoló diciendo que tanto vómito iba a servir de alimento a las ballenas.


                Visitamos además otra playa denominada Los Frailes, a 10 minutos en colectivo de Puerto López, dentro del Parque Nacional Machalilla. Para llegar a ella atravesamos un bosque seco habitado por centenares de lagartijas que se camuflaban con el color de las ramas. Y nos detuvimos en miradores naturales, acantilados, para observar el mar desde arriba. ¡Una belleza!

                Es importante agregar que cuando los días están nublados y medio lluviosos como nos ocurrió en la costa ecuatoriana, es necesario caer en un lindo hostel. Y el de Puerto López sobrepasó las expectativas tanto por las comodidades -wifi que no se traba, ducha eléctrica bien calentita y baño privado enorme para sentirse un rey y sentarse en el trono todas las veces que hicieran falta- como por el ambiente familiar. La calidez y hospitalidad de Zolanda y su marido nos alegraron la estadía.

                Fue oportuno también encontrar una serie yanqui de varios capítulos para poner en remojo el cerebro, ideal para los días lluviosos. La elegida fue “Devious maids” (mucamas devotas) y la acompañamos con unas barritas de chocolate nestle y obleas con nutela.

                Nuestro recorrido terminó en Manta, la Mar del Plata ecuatoriana, donde nos esperaba el sol. Ya estamos hablando de una ciudad grande, de unos 350.000 habitantes, pero que tiene toda la onda gracias al mar. Así que, gracias a la costa ecuatoriana, la tierra caliente como la llaman ellos, por tanta belleza. Querido sol te esperamos la próxima.




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