Playa de Montañita
No se le
puede pedir peras al Olmo. Tampoco podés pretender que Agustín Pelletieri
empiece a meter goles y saque a Racing de la crisis, porque es un hombre de
marca, rústico. Rogarle a los políticos que no roben cuando por fin llegan al
poder es una misión imposible. De la misma forma empecinarse con que en la
costa ecuatoriana haya sol en esta época del año por el sólo hecho de ser
Ecuador, un país bastante al norte de Latinoamérica, lleno de frutas tropicales y de aves
coloridas, no tiene sentido.
Entre mayo y noviembre, aquí
sobre el mar Pacífico no hay sol. El cielo se tiñe de un gris que ensombrece
las bananas, papayas y piñas y la lluvia es habitual. Aquí no hay invierno,
otoño, primavera y verano, pero existe una estación seca y otra húmeda y en
ésta última no es lo más recomendable venirse a la costa.
Sin embargo son tan lindos estos
lugarcitos costeros, que se disfruta aunque el sol no quiera salir. En
Montañita, a partir de las 5 de la tarde comienza la fiesta. Hay un montón de
puestitos, uno al lado del otro, construidos en forma casera con un par de
troncos, donde se venden tragos de todo tipo. Hasta nuestro querido fernet se
puede tomar. Nosotros sucumbimos a la caipirinha y a la piña colada.
A esa misma hora la música
empieza a retumbar desde los múltiples parlantes ubicados estratégicamente, y
compiten a ver quién la pone más fuerte. Es en ese momento que uno cae en la
cuenta que Montañita es un pueblo pensado para jóvenes que desafían su hígado
con litros y litros de alcohol y que están en “plan levante y reviente”. Para
un anciano como quien escribe, que elige la tranquilidad ante todo, en
ocasiones este lugarcete meca de los argentinos puede tornarse un tanto ruidoso
pero nunca deja de ser muy pintoresco.
Puerto
López también nos recibió con el cielo nublado como era de esperar, ya habíamos
perdido todas las esperanzas de que apareciera el sol. Entonces tuvimos que
intercambiar la vida playera por unas excursiones sumamente recomendables.
Hicimos avistaje de la ballena
jorobada en una lanchita para 25 personas. Y las vimos salir a respirar, jugar,
dar vueltas por el aire y caer con sus 30 toneladas retumbando en el mar. Las
idas y venidas del barquito nos provocó cierta descompostura que canalizamos a
través de una corrida hacia la popa para inclinar nuestras cabezas hacia el mar
y expulsar nuestro desayuno con un poco de ácido gástrico. El guía nos consoló
diciendo que tanto vómito iba a servir de alimento a las ballenas.
Visitamos
además otra playa denominada Los Frailes, a 10 minutos en colectivo de Puerto
López, dentro del Parque Nacional Machalilla. Para llegar a ella atravesamos un
bosque seco habitado por centenares de lagartijas que se camuflaban con el
color de las ramas. Y nos detuvimos en miradores naturales, acantilados, para
observar el mar desde arriba. ¡Una belleza!
Es importante agregar que cuando
los días están nublados y medio lluviosos como nos ocurrió en la costa
ecuatoriana, es necesario caer en un lindo hostel. Y el de Puerto López sobrepasó
las expectativas tanto por las comodidades -wifi que no se traba, ducha
eléctrica bien calentita y baño privado enorme para sentirse un rey y sentarse
en el trono todas las veces que hicieran falta- como por el ambiente familiar.
La calidez y hospitalidad de Zolanda y su marido nos alegraron la estadía.
Fue oportuno también encontrar
una serie yanqui de varios capítulos para poner en remojo el cerebro, ideal
para los días lluviosos. La elegida fue “Devious maids” (mucamas devotas) y la
acompañamos con unas barritas de chocolate nestle y obleas con nutela.
Nuestro recorrido terminó en Manta, la Mar del Plata ecuatoriana, donde nos esperaba el sol. Ya estamos hablando de una ciudad grande, de unos 350.000 habitantes, pero que tiene toda la onda gracias al mar. Así que, gracias a la costa ecuatoriana, la tierra caliente como la llaman ellos, por tanta belleza. Querido sol te esperamos la próxima.
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