El dios dinero nos domina. Nos dice si podemos
comer en este barcito o en el de más allá; si tenemos acceso al micro con
asientos que se reclinan 180 grados, semicama o estamos obligados a cargarnos
de paciencia haciendo dedo en la ruta. Nos indica si tenemos la posibilidad de
seguir viajando por aquí y por allá, conociendo estas montañas y aquel mar, o
debemos frenar en algún lugar y ponernos a laburar de camarero, barman o
vendiendo trufas.
Lamento decir que el intercambio ha pasado de
moda. “Dios es empleado en un mostrador, da para recibir” nos canta Charly
García.
El ingreso a Ecuador significó un cambio de
paradigma. La moneda que se maneja en este hermoso lugar es prestada por el país
del norte, aquel que asegura nuestra “libertad” dentro de este sistema
económico, Estados Unidos. Así es señores, volvimos a encontrarnos con el
dólar, ese papel verdoso que ha provocado tantas guerras y martirios, que
emociona a millones y a pesar de todo eso no deja de ser un simple papel.
Alguna vez en Argentina habíamos tenido una
relación más estrecha con el Sr. Dólar, allá por los años 90, cuando nos
comimos aquella película de ciencia ficción: nos creíamos Harrison Ford en
“Blade Runner” y los niños jugaban con E. T. Pero hacía mucho que no nos
encontrábamos con los verdes. Una leche entera en cajita pequeña
cuesta 40 centavos de dólar aquí en Cuenca, el colectivo apenas 25 centavos,
nuestra habitación doble 15 dólares, un paquete de galletitas oblea 80
centavos, un tour al Parque Nacional Cajas 40 billetes. Hubo que familiarizarse
con la nueva guita.
El error que cometemos muchos es tratar de
convertir el monto que gastamos a nuestra moneda natal, en nuestro caso el peso
argentino. ¿Lo multiplicamos por 6 o por 10? Y entramos en una vorágine en la
que nuestro pensamiento está gobernado por sumas, multiplicaciones, restas y
más restas, por el vil metal que nos estresa e infarta.
Los incas tenían al sol y las montañas como
dioses, nosotros ese papel arrugado y maloliente.
Es momento de que nuestras mentes cambien y
reflexionemos sobre qué es lo verdaderamente importante. Si nos despertamos por
la mañana y tenemos cerca alguien que queremos, podemos abrazarlo o darle un
beso, es gratis. Si salimos a la calle y levantamos la mirada, allí están el
cielo y el sol, 2 x 1. Que nuestro corazón lata y nuestros pulmones se llenen
de aire con cada inspiración tampoco se cobra.
Ahondando un poco en el tema, en nuestro viaje
nos hemos cruzado con muchísimas personas, todas ellas, claro está, atravesadas
por el dinero, pero de distinta manera. Están los que se identifican con los
“hippies” pero se ofenden a tal punto que dejan de hablarte cuando no les
comprás sus miniaturas hechas de alambre o sus pulseritas. “Si no me comprás,
no me servís” parecen querer decirnos con su actitud. Pero también hay mucha
gente solidaria que te hospeda en su casa, sin pedirte nada a cambio, o te
invita con un plato de comida por el gusto que implica cocinar para alguien o
compartir lo que se tiene.
Estando aquí en Cuenca fuimos a un bar medio
chetongo, La Parola, cerca del río, a preguntarle al dueño si podíamos compartir
nuestra música. Había un escenario muy lindo y cómodo y un equipo de sonido que
nos aseguraba el éxito.
El dueño nos propuso tocar ese mismo día martes,
que corriéramos a buscar los instrumentos y comencemos con nuestro repertorio
en ese preciso momento. A cambio nos daría un plato de comida para cada uno y
30 dólares.
Inmediatamente mi cabeza comenzó a menear la
aceptación, todo mi cuerpo se transformó en un “sí” rotundo y mi mente ya
estaba calculando que con esa plata íbamos a poder pagar 2 noches de hostel y que
con la cena nos estábamos ahorrando mínimo 15 dólares. ¡Eso es llevar al
capitalismo en la piel!
Mi compañera sintió que era todo muy
apresurado, que no habíamos ensayado y que la idea no era hacer cualquier cosa
por plata. ¡No somos un producto! Somos 2 músicos que intentamos tocar lo más
lindo posible y lo hacemos porque nos gusta y nos hace bien.
Finalmente no nos subimos al escenario ese martes, pero lo
hicimos al día siguiente en ese mismo lugar, en el marco de un festival de
cantautores internacional, y no nos pagaron un centavo. Tampoco nos invitaron
la cena, la cual costó 15 dólares como había calculado. Pero estuvo tan placentero
que no nos importó. Es más, la música apareció, y fue hermosa…
Me gusta la guita mas que la coca, mas que el sushi, el asado y el buen vino, mas que los viajes y mas que muchas cosas. Pero; "todo no se compra, todo no se vende, tengo una lista interminable de cosas mucho mas importantes que la seguridad económica". Éxitos viajeros del amor y de la música;
ResponderBorrarElogio tu sinceridad amigo! Pero prefiero el asado y los viajes a la platita, porque el primero se hace con afecto y el segundo está lleno de naturaleza, amigos y sentimientos. Nada de eso se compra con dinero, para todo lo demás existe mastercard. Abrazo grande! Arrivederchi Arriola fraterno!
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