La música
caracteriza un viaje, lo hace único. Así uno espera ver en Bolivia a la gente
bailando la saya o el caporal y escuchar en Perú los alegres huaynos y dulces
cuecas.
Resuena en mi cabeza esa primera
frase de aquella canción que nos persiguió a lo largo de nuestro recorrido: “¿Quién
se la quiere poner… a la tanga?”
Estábamos
en Arequipa cuando la escuchamos por primera vez, festejando el aniversario de
la ciudad, sus 473 años. Hicimos una ronda, donde circulaba el pisco con
sprite, y al que bailaba en el medio le cantábamos a los gritos: “¿Quién se la
quiere poner… a la tanga?” No importara que fuese hombre o mujer. Alguno más
atrevido que otro osaba mostrar su ropa interior levantándose un poco la camisa
o el vestido.
Se preguntarán qué tienen que ver los festejos
por la ciudad de Arequipa con la tanga. No lo sé. Pero lo pegadizo de la música
y la simpleza de la letra nos hacía volver locos a todos, una efervescencia
fluía por nuestros cuerpos que se dejaban llevar por el ritmo repetitivo. En la
repetición está la clave. Somos seres que buscamos la repetición y cuando la
encontramos, la hacemos propia. Nos sentimos seguros si sabemos lo que viene. Y
eran los mismos acordes, la misma frase sin sentido. ¿Quién se la quiere poner?
Pero si yo no uso tanga, eso no importaba.
En Cusco unos amigos se hacían el mango
laburando en un boliche para poder seguir viaje, y allí íbamos por las noches a
mover un poco el esqueleto. Recuerdo esa otra canción que nos conmovió hasta el
hartazgo: “¡Soy soltera y hago lo que quiero!” Otra frase apelando a la
independencia de la mujer, ya no a su ropa interior, sino a todo su ser.
Las mujeres en la disco se contorneaban y se
señalaban a ellas mismas con el dedo índice: “¡Soy soltera y hago lo que
quiero!”. Los hombres por su parte, no sabían cómo comportarse, porque mientras
duraba la canción, todas danzaban y se mostraban como solteras.
A continuación venía el interrogante: “¿Hay
algún soltero?”. Y la respuesta, instantánea como el café, no se hacía esperar: “¡Aquí, aquí!
En la confusión dos se miraban a los ojos y se enamoraban; algún otro intentaba
acercarse a una morocha esbelta que descontrolada entonaba los versos de la
canción y recibía a cambio una trompada del novio que urgente regresaba de
comprar un par de cervezas en la barra.
Además el soltero no hace lo que quiere. Quizás
los de más pinta y mejor pilcha sí, pero la gran mayoría se vuelve estudioso
del arte del chamuyo. ¡Y le mete garra! Recorre el salón buscando alguna dama
que le responda el piropo, que le devuelva la mirada. Y se convierte en
proletario del amor.
Alguno que no se encuentra cómodo encarando a
través de la palabra, le pone fichas a sus pies e intenta moverlos con ritmo.
Se puede ser feo como vino de cartón pero si uno sabe bailar aumentan las
posibilidades de terminar acompañado.
En Máncora, al norte de Perú, caminábamos rumbo al
mar bajo el sol radiante, cuando nos volvió a quitar la tranquilidad una música
que aturdía y que provenía de un puestito donde se vendían jugos y frutas
tropicales. Al sentir la primera nota supliqué: ¡Que sea una canción popular
peruana, algo de su folklore, una guitarra sonando solitaria, el cuero de un
timbal retumbando o una nota aguda entonada con afinación! Pero aquello era mucho pedir.
Desde las tinieblas surgió una nueva frase inmortal, que se
apoderó de mi cerebro a tal punto que no dejé de tararearla por los días de los
días: “¡Cómo me gusta la noche! ¡Cómo me gusta la noche!”.
Y aunque eran las 11 de la mañana y el sol nos
miraba celoso desde el cielo, estábamos en trance y no parábamos de elogiar a
la noche. Nos habíamos convertido en una secta estrafalaria y la noche en la diosa a la que le rendíamos pleitesía.
Por todo lo dicho y en conclusión: la música es la encargada de volver a un momento único. En consecuencia, cuando uno quiere extraer de la cajita de los recuerdos algún paisaje por el que anduvo, utiliza las melodías que escuchó en ese instante para que la tarea sea más simple.
A tal punto la música es importante que
la soltera que hace lo que quiere, se pone la tanga y le gusta la noche, ya es
una compañera de viaje más.
Uhhh nunca me entere que me sacaron esta foto, y raro estar con una coca en la mano ya que no la suelo tomar cuando se encuentra aislada del fernet. Y tu cara es dificil de percibir que conclusiones estabas sacando hacia mi persona jaja, un abrazo apuu queridooo y otro a la negra
ResponderBorrarEsa coca tenía pisco! Igualmente mi conclusión hacia tu persona es que sos un grande príncipe Adams! Un abrazo desde Montañita!
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