lunes, 23 de septiembre de 2013

Mare nostrum


                Después de casi 2 meses de viaje por diversos ecosistemas -la cordillera en Bolivia, el lago Titicaca y el valle sagrado inca- arribamos por fin al océano inmenso en Lima. Pero allí, tanta gente, tanta polución y tantos edificios, no daba para meterse.
                Recién en las playas del norte de Perú, y ya despidiéndonos de este hermoso país, nos sumergimos en el Pacífico. Dejamos las camperas, las zapatillas y los relojes, nos calzamos la malla y unas ojotas y corrimos por las callecitas de arena de Máncora hasta vislumbrar los médanos y más allá el mar inmortal.
                ¡Qué chapuzón el primero! Y los que siguieron ni les cuento. Nos secábamos al sol siguiendo las bondades de un clima que nos mantuvo calentitos y con el cielo siempre celeste.
                Septiembre en Máncora es ideal, porque está fuera de temporada. Por lo tanto no hay mucha gente, ni ruido. Es verdad que a la noche hay 4 bolichitos sobre la playa que se disputan a ver cuál pone más fuerte la música. Pero uno se aleja para que el tímpano no se lastime y resuelto el problema.
                Es que en esta playa en particular no existen los problemas. Las preguntas que uno se hace cuando se despierta a la mañana son: dónde va a desayunar, qué menú almorzará, en qué parte de la playa lo encontrará la merienda y si la cena va a ser con cerveza o bebida sin alcohol. Esos 4 son  los temas a resolver.
                Hubo varios momentos en este sitio, en los cuales me detuve y pensé para mis adentros, aunque lo hubiese gritado a los cuatro vientos: “¡No puedo ser más feliz!”. En Máncora si uno está viajando en pareja, no existen las peleas; si uno anda con piojos, milagrosamente dejan de picar; si uno se siente triste, para de sufrir. Y no es por la iglesia evangélica que había frente a nuestro hostel, sino porque el mar azul e inmenso, el sol radiante y el arroz con mariscos imposibilitan que uno esté deprimido, acomodan los neurotransmisores, son una fluoxetina natural.
                Sucumbimos en repetidas ocasiones al arroz con mariscos. Magistralmente condimentado, con cebollita, morroncito, palta y los protagonistas de la película: el calamar, los bracitos de cangrejo, los pulpitos, las conchas negras y los trozos de pescado fresco. También podías optar por la parihuela, una sopa con todos los bichitos anteriormente enumerados nadando en su propio jugo.
                Estuvimos en Máncora 8 días. Fueron unas vacaciones dentro de las vacaciones. ¡El hostel, un lujo! Y a sólo 40 soles. Teníamos baño privado con ducha fría (no hacía falta el agua caliente), una comodísima cama matrimonial y la máquina para distraer personas, una tele con montón de canales. Pude enriquecerme y poner a prueba mi intelecto con las interesantísimas discusiones futbolísticas del Pollo Vignolo y Marcelo Benedetto en Fox Sports. Y una vez más el pelo en el huevo, el granito en la cola, fue el Racing Club de mis amores. Lo escuché perder por radio Continental con Boca y Newells…
                Tuvimos además la oportunidad de mostrar nuestra música en un barcito sobre la avenida Piura. Cuando arribamos al lugar con nuestros instrumentos, luego de hacer propaganda en la playa, no había nadie. Solamente una pareja de gringos haciendo durar unas copas de vino. De a poquito fue llegando más gente a comer pero apenas aplaudían cuando terminábamos de dejar el alma en una canción. Por suerte se hicieron presentes dos parejas de amigos argentinos y comenzó la fiesta con Eulogia Tapia en la Poma, Cosechero y las chacareras.
                Esa noche de música se estaba iniciando la primavera en este mundo cíclico de calor, caída de hojas, frío y nuevamente flores. Al día siguiente era el turno de subirnos nuevamente a un micro y dejar atrás Máncora. ¡Qué tarea difícil! Habíamos encontrado uno de los tantos lugares en el mundo, donde nos quedaríamos varias estaciones.
                Pero el afán por seguir conociendo nos hizo subir los tres escalones del bus y partir a cruzar otra frontera. Ecuador nos recibió dormidos a las 2 de la mañana, pero el milico de la aduana a gritos se encargó de traernos de vuelta del mundo de los sueños.
                Agradecido estamos Perú por todo lo que nos brindaste. Tenemos la certeza que Ecuador será sorprendente y generoso al compartir con nosotros toda su belleza natural… no como el milico de la aduana.

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