Ecuador
jugó solamente 2 de las 19 veces que se disputó un mundial de fútbol, en el
2002 y 2006. En esta última oportunidad clasificó a octavos de final venciendo
a Polonia y Costa Rica, pero quedó afuera con Inglaterra.
Actualmente “La Tricolor” está a
un paso de acceder al mundial 2014 en Brasil. Si le gana a Uruguay aquí en
Quito clasifica, sino deberá padecer un repechaje con Jordania.
Casualmente hace 2 días se
cumplieron los 193 años de la independencia de Guayaquil, pero el feriado
correspondiente fue diferido por primera vez en la historia al viernes, es
decir hoy, el día del partido. Una vez más patria y fútbol se confunden, es más,
Reinaldo Rueda, el técnico de la selección, ya adquirió el status de prócer por
más que no haya liberado ni a un gorrión enjaulado.
Salí a la
mañanita a caminar por las calles de Quito en la antesala del encuentro
futbolero. Las calles estaban desiertas, los negocios cerrados, así que iba a
ser imposible conseguir la tan preciada yerba para cebarme unos matienzos y
entregarle a mi sangre la mateína que me pide.
Los escasos transeúntes que
encontré casi todos vestían con la casaca de la selección y de a poco
comenzaban a agruparse en los bares. Se sentía una atmósfera de mucha
expectativa, esperanza y ganas de festejar.
¿Jugará Simón Bolívar en la
delantera o el DT optará por Felipe Caicedo, ya que el general no corre demasiado
por culpa de su pulmón lastimado por la tuberculosis? ¿Convocará a Sucre para
formar dupla central en la defensa con Jorge Guagua o el mariscal sigue
lesionado después de la última batalla?
El viaje me
ha traído a estas tierras calientes, al centro del mundo y por lo tanto hincho
por Ecuador, por los 3 colores primarios. No es que no quiera a nuestro vecino
celeste, tierra de José Gervasio y Rubén Paz, pero la localía tira y la alegría
que se está viviendo en estos pagos se contagia.
Además, permítaseme dar una
opinión deportiva, la forma de juego uruguaya ha dejado de ser hace bastante
tiempo la garra charrúa para convertirse en intentos de asesinatos
premeditados, fracturas expuestas y quejas constantes con el árbitro.
Por la tarde se largó a llover con todo. ¿Sería el
presagio de que las cosas no iban a andar bien y que Ecuador iba a tener que
seguir esperando para ver si puede participar del tan ansiado mundial?
Con la negra nos tomamos un taxi
para no mojarnos, que nos alcanzó hasta el barrio nuevo de Quito, donde están
todos los bares juntos, hostales y karaokes. Nos metimos en el primer café que
vimos y nos sentamos en una mesita bien cerca del televisor. El lugar estaba
repleto y los comensales disfrazados de amarillo, azul y rojo, con gorros y
banderas a tono.
Las selecciones salieron a la
cancha y cada uno de los que estaban en el bar saltaron de sus asientos y
empezaron a alentar. Alguno que otro salía de vez en cuando a la calle a calmar
la tensión con un cigarro. Otros apaciguaban la ansiedad con la comida: iban y
venían las bandejas con alitas de pollo, yucas fritas, porciones de torta chocolatosa,
vino caliente de promoción y cerveza.
El silencio
se cortaba con un hilo mientras Valencia tomaba la pelota en el margen derecho
de la cancha y se jugaba la individual ante el defensor uruguayo que veía cómo
el rebote le volvía a quedar al volante ecuatoriano, quien envió un centro en
diagonal buscando algún pie milagroso. La pelota caminó lo más campante por todo
el área ante la mirada atónita, con ojos bien abiertos, de los que estábamos en
el bar y de los sagueros celestes, y fue finalmente empujada contra la red por
el pibe Jefferson Montero, hasta ese momento del encuentro el jugador más
atrevido. ¡Y el delirio se desató en estas tierras!
Luego hubo
que esperar solamente, porque los jugadores uruguayos deambulaban por el campo
de juego como si no se hubieran dado cuenta que estaban perdiendo y se quedaban
afuera del mundial, por lo menos hasta el repechaje.
Imagino a Obdulio Vargas, el
negro jefe, aquel que dijo “los de afuera son de palo” y con esa frase se
anticipó a lo que venía, “el Maracanazo”, sentado en un sillón mirando el
partido y pensando quizás cómo el dinero le quitó el corazón a los jugadores
actuales en este fútbol de negocios, como si fuera fatality de Kano en el
Mortal Kombat I.
Hemos
vivido un “hecho histórico” durante nuestra estadía en Quito. No me refiero a
una revolución, independencia o mejora de salarios, sino a la clasificación de
Ecuador a un mundial de fútbol por vez tercera. Las calles se empapelaron con
el azul, rojo y amarillo, toda la noche hubo fiesta y la gente se olvidó por un
rato de sus problemas.
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