En Cuba,
tuvimos la suerte de hacer coincidir nuestros días en La Habana con el 35°
Festival del nuevo cine latinoamericano. 10 días consecutivos de proyecciones
de películas, cortos y documentales de los más variados géneros y temáticas, de
todos los rincones del continente y algunos de Europa y Asia. Un verdadero
paraíso para cinéfilos.
Nosotros
nos dejamos tentar por tan suculenta propuesta y nos tiramos de cabeza a
disfrutar por varios días seguidos de cuanta película nos pusieran por delante.
Los cines nos quedaban muy cerca de donde estábamos viviendo y nuestra amiga y anfitriona Miriam, que trabaja en el
Instituto Cubano de Arte e Industria cinematográfica, nos facilitó dos credenciales
con las cuales podíamos entrar sin pagar y sin hacer filas a cualquier función.
Lo de entrar sin pagar, no hacía mucha
diferencia, ya que la entrada a todas las películas sale 2 pesos moneda
nacional (aproximadamente 0,10 centavos de dólar). Pero lo de entrar sin hacer
filas, eso sí valía la pena; los cines estallan de gente, a toda hora. Hemos
concurrido a una función de una película a sala llena a las 12.30 del mediodía
de un jueves.
Y acá viene
lo interesante: contrario a lo que uno puede llegar a imaginar, toda esa gente
que llena las salas del festival de cine no son en su mayoría personas del palo
cinematográfico, que usan anteojos con marco grande y tienen llamativos cortes
de pelo, sino que la mayoría es gente del barrio. Señoras y abuelas que llevan
escondido en la cartera un termito con café para tomar mientras ven la
película, familias, jóvenes, adolescentes. Todo este público variopinto se
acercó al cine, hizo una fila larguísima para entrar y se dispuso a ver qué
tenía para ofrecer una película argentina, ópera prima de una directora poco
conocida.
El festival
de cine de La Habana es una verdadera expresión de arte para todos. Yo creo que
como artista, lo que uno más quiere es que la mayor cantidad de gente posible
conozca su obra. Yo creo que en este
festival se logra ese cometido. No se percibe esa sensación de “arte para los
que entienden”, sino que es verdaderamente una manifestación popular. Me hace
preguntar también, por qué el festival acá en Cuba es verdaderamente
multitudinario y en Buenos Aires no tanto; durante la última función del Festival, donde
se exhibía una película cubana que ganó el premio del público, la cantidad de
gente que asistió al cine fue tal, que hubo que retrasar la función dos horas
por la batahola que se había armado. Nadie quería quedarse afuera y perderse la
película. Habría que preguntarse qué habría que hacer para que vaya cada vez
más gente al cine a ver películas de autor, para que los realizadores hagan
llegar a cada vez más gente sus obras (de la rama que fueran: músicos,
directores de cine y teatro, artistas plásticos, etc.).
Tal vez
habría que sacarse de la cabeza la presunción errónea de que hay ciertas
manifestaciones artísticas que son para “los que saben”, porque ellos sí podrían
apreciar en su totalidad lo que el autor
quiso expresar, y que hay gente que simplemente no lo entendería porque
no estudió o porque no sabe. Una de las
cosas interesantes de las manifestaciones artísticas, es que hay tantas
impresiones que puede dejar una obra, como espectadores que la ven; a cada uno
le va a dejar algo distinto, porque todos somos distintos y todos vemos,
escuchamos y sentimos diferente. A uno que tal vez sabe mucho, tal vez se le
escape algo mínimo, pero que tocó y emocionó a otro que no sabe nada.
Como dijo
un personaje de la película “Fresa y chocolate” (una película cubana que les
recomiendo ver porque es excelente): “El arte no es para transmitir, es para
sentir y pensar. Para transmitir, que
transmita la radio nacional!” Nos quedamos tan fascinados con esta película
(que estuvo prohibida varios años en Cuba. Si quieren saber por qué, véanla!),
que Marta, otra de nuestras anfitrionas, dramaturga y apasionada por el cine,
nos llevó a conocer las locaciones donde se filmó esta peli, que hoy se
transformó en paladar turístico. Se trata de un antiguo solar, una casa muy
grande de principios de siglo XX, que esta dividida en varias partes y conviven
varias familias en ella.
Tal vez
habría que dejar de hacer arte para los artistas y hacer arte para uno mismo,
por el solo placer de hacerlo y después, compartirlo con todo aquel que quiera,
sin importar si sabe mucho, poquito o nada.
Por último, les dejo el trailer de "Fresa y chocolate", peliculazo.
Casi lloró Ana recordando lo emocionada que me sentí cuando entre por primera vez al Cine Chaplin y la sala estaba a reventar, el publico tiene un calor especial que no se encuentra en ninguna otra región (quizás del mundo) porque son libres de opinar, gritar y comentar en la sala, porque es suya, no del director o un selecto grupo. El arte es para todos, pero sobretodo para el que lo disfruta, lo goza. Buen post.
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