viernes, 27 de diciembre de 2013

All inclusive, no inclusión

Veníamos viajando hacía 4 meses con la mochila, alojándonos en los hostales más económicos o disfrutando de la hospitalidad de la gente –que es mucha- a través de couchsurfing, comiendo en los mercados o cocinándonos nuestro arroz con atún, gastando lo justo y necesario, total la naturaleza provee. Nos dábamos algunos gustitos, muy austeros: un café con torta o cervecita en la playa.
            Llegamos a la Habana con la misma filosofía, la que nos condujo a la casa de una mujer en el barrio Vedado, que nos había recomendado una amiga de Medellín. Ella se transformó en nuestra amiga y madre cubana y nos enseñó a manejarnos en estas latitudes. Se puede decir que vivimos 6 días como si fuéramos del lugar.
Allí surgieron las ganas de conocer la isla –en realidad ya las traíamos pero íbamos paso a paso como Mostaza- comenzando por las playas de Varadero de las que tanto nos habían hablado. Estuvimos averiguando la forma de hacerlo y las únicas dos opciones eran: casa de familia u hotel. Nos decidimos por la segunda porque se podía pagar con tarjeta de crédito y ya no nos quedaba efectivo. Y además nos hicieron una super oferta por uno de 3 estrellas all – inclusive.
             
                
                ¿Cómo sigue la historia? Por primera vez en nuestras vidas estábamos en un all – inclusive. Apenas entramos a la construcción enorme nos sentimos como dos niños que reciben el barco de piratas de los playmóviles de regalo.
                El hotel tiene un lobby central seguido por un parque inmenso con caminos, puentes para cruzar los lagos artificiales habitados por patos, algún ganso y peces naranjas, edificios de 2 pisos donde se amuchan las habitaciones tipo albergue transitorio, bungalows,  un restaurant, un snack bar en la zona de la piscina, una disco – cabaret y más allá el mar azul manso, sin olas, ideal para hacer la plancha y la playa de arena blanca como harina.


                 
                El desayuno, almuerzo y cena se desarrollaban en el buffet. Muchísima comida toda junta y pecadores con sus platos en alto buscando la combinación preferida de frutas, fiambres, carnes y ensaladas. Faltaba Nerón con sus uvas y estábamos todos. La pregunta que uno instantáneamente se hace es cómo puede ser que allí –un hotel de capitales cubanos 100% por lo que nos comentaron-  ocurra esa orgía culinaria por la variedad y la abundancia y en los barrios las tiendas estén desabastecidas.  
                La segunda cuestión que uno no entiende es por qué Fidel Castro en su momento, y ahora Raúl, permiten que opere este tipo de alojamientos construidos para una elite extranjera y vedados en parte para los habitantes de la isla. Esto genera un comprensible resentimiento en algunos cubanos.
                La explicación que se nos dio, nos convenció parcialmente y es de índole meramente económica. Desde que cayó el muro de Berlín en el año 89 y desapareció la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas como tal, principal país con el cual Cuba mantenía una relación comercial –dado entre otras cosas el feroz bloqueo sufrido por no acatar las órdenes del “país de la libertad”- el turismo pasó a ser la más importante fuente de ingresos a la isla.
                El Estado cubano permitió la inversión de capitales extranjeros europeos en hoteles y regula las ganancias de éstos: mitad para ellos y mitad para el país. Esta actividad turística sostiene la economía de la isla en estos momentos de la historia.
                Continuando con la narración, había un grupo de Animación, así se hacía llamar, cuyo trabajo consistía en mantenernos entretenidos. Organizaban partidos de vóley en la playa –en los que tuve una participación destacada, humildad aparte-, clases de salsa y mambo, tardes de bingo en la piscina con una botella de ron como trofeo y noches de baile, de elegir a la Reina del hotel y también show homenaje a Michael Jackson. 


                Nos tocaron 2 días de mucho sol, en los que pudimos aprovechar el mar más hermoso que hayamos conocido hasta ahora. Supera con creces al Mediterráneo, al Pacífico y a nuestro querido mar argentino Atlántico sur y sus playas, donde llenamos de arena nuestros primeros baldes, hicimos nuestros primeros castillos, mojamos aquellas mallas infantiles y nos tumbaron esas olas marrones y frías que no olvidaremos jamás.





                La de Varadero fue una experiencia que nunca habíamos tenido, de mucho confort, sedentarismo del bueno –el de estar en una reposera con un vaso de piña colada en una mano y un perro caliente en la otra mirando el mar-, gula, gringos, interrogantes, lucha interna, cuestionamientos ideológicos y finalmente soltarse y disfrutar.
                 

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