domingo, 29 de diciembre de 2013

La ruta de las santas


                Dejamos atrás Varadero en un micro de Viazul, tan costoso como confortable. Tomamos al ratito la autopista nacional y 2 horitas más tarde nos desviamos 70 km a través de Ciénaga de Zapata. En dicha provincia se encuentra playa Girón –la visitaríamos al final del viaje- en la bahía de Cochinos. Este lugar fue escenario de la invasión mercenaria norteamericana que tuvo lugar en abril de 1961 -2 años y 3 meses después de la Revolución- , la cual fue sofocada en tan solo 72 horas por el Che y su ejército. Todos los sitios en Cuba están llenos de historias, y muchas de ellas tienen que ver con la lucha revolucionaria.

                Foto 1: playa Girón al atardecer.

                Hicimos una parada en playa Girón, donde canté para mis adentros la canción de Silvio del mismo nombre,  luego retomamos la autopista nacional –que actualmente llega hasta Camaguey, pero el objetivo es que conecte el país desde Pinar de Río a Guantánamo-,  atravesamos Cienfuegos y seguimos derechito hasta llegar a destino: Trinidad, la primera santa, en el sur y centro de la isla, provincia de Sancti Spiritus.
                Esta ciudad cumple el año entrante sus 500 años de vida y todavía mantiene sus pintorescas y coloridas casas coloniales y sus calles de adoquín en el centro histórico.

                Foto 2: centro histórico de Trinidad.

                Arribamos por la noche, a eso de las siete, luego de 5 horas y media de viaje, y apenas pusimos un pie en Trinidad fuimos acosados por un grupo de 15 personas que ofrecían alojamiento, pero con una efervescencia e insistencia tal, que agotaba al mejor predispuesto.
                Rápidamente nos subimos en una bici-taxi que nos alcanzó hasta la casa familiar que habíamos reservado. Una vez allí descansamos un rato y cargamos energía para vivir la noche de sábado a pura salsa en la Casa de la Música, al aire libre. Bailamos haciendo uso de los rudimentarios pasos aprendidos y exigiendo al límite las articulaciones de nuestras caderas.
                En cuanto a la casa donde estábamos hospedados, de José y Martica, es muy grande y espaciosa, con techos altos a la manera antigua. Nuestra habitación, una de las tres que da a un patio central, contaba con todas las comodidades como si fuera un hotel: aire acondicionado, TV local, baño privado y una cama doble casi triple.

                Foto 3: casa de familia en Trinidad.

                La relación con José y Martica fue muy cordial pero no tan confianzuda como hubiera deseado y más bien comercial.
                El domingo visitamos las iglesias, sin asistir a misa. Conocimos al Cristo de Veracruz del 1700 y tantos, que se quedó a mitad de camino en su viaje en barco con destino a México.

                Foto 4: iglesia en el centro histórico. Allí habita el Cristo de Veracruz.

                Caminamos incansablemente toda la ciudad y no faltó el momento literario, en el cual nos metimos un largo rato en una librería a hojear libros de Guillén, Martí y Fidel entre otros. Finalmente nos quedamos con dos: “Las cien preguntas sobre historia cubana” y “Mis sueños no tendrán fronteras” que recopila cartas y escritos del Che.
                Nuestro recorrido concluyó en un ferrocarril abandonado, que en tiempos de los ingenios azucareros transportaba kilos y kilos de “oro blanco” que era producido a costa del sudor, las lágrimas y la vida misma de miles de esclavos africanos. La producción se exportaba únicamente al   nuevo jefe: Estados Unidos.


             Foto 5: el ferrocarril de los ingenios, que actualmente se utiliza con fines turísticos.
             Foto 6: doble de Tom Cruise en Misión Imposible.

 Cuba se liberó de España tardíamente en comparación con los países latinoamericanos, luego de la guerra de los 10 años –que se inició en 1868- y su continuación, la revolución de 1895 – 1898, donde entregó su vida José Martí. Lamentablemente, la “ayuda” que ofreció Estados Unidos al final de estos acontecimientos, para que se concretara la independencia, fue peor que la enfermedad. Le siguió un neocolonialismo norteamericano que socavó a la isla en la más extrema pobreza.
Al mismo tiempo que rememorábamos este período negro de la historia, en el que la esclavitud era moneda corriente a nivel mundial, nos enterábamos del fallecimiento de Nelson Mandela. El Estado cubano dispuso feriado nacional para ese día, razón por la cual se suspendió precipitadamente el show de salsa que habíamos ido a ver aquel sábado.              
A la tardecita nos dirigimos a playa Ancón, a unos 10 km del centro, donde volvimos a disfrutar del Caribe y sus aguas azules. Allí vimos el atardecer.

    Foto 7: atardecer en playa Ancón.
                El taxi pasó a buscarnos por la casa la mañana del lunes, bien tempranito. Fuimos a la segunda santa: Clara, donde nos encontramos con la historia viva del Che. Su espíritu se siente en cada rincón de este pueblo y en las paredes donde se repiten sus frases. 




                Fotos 8, 9, 10 y 11: las paredes de Santa Clara hablan.

                Emociona leer su carta de despedida a Fidel y toda Cuba que está grabada en piedra en su mausoleo y uno todavía se pregunta cómo hizo para descarrilar aquel tren blindado que permanece inalterado, como si el tiempo no hubiera pasado, sobre aquellas vías que ahora son museo.



                Fotos 12, 13: mausoleo del Che, donde descansan sus restos y los de 7 compañeros guerrilleros que murieron con él en Bolivia. Los restos de Ernesto Guevara fueron repatriados recién en el año 97, 30 años después de su muerte, luego de la labor intensa de científicos y antropólogos argentinos y cubanos por identificarlo.
                Foto 14: el 29 de diciembre de 1958 -es decir que hoy se cumplen 55 años de este episodio decisivo- el Che y su 8va columna "Ciro Redondo" descarrilan el tren blindado que se ve en la foto, apoderándose del armamento. Doce horas después del triunfo de la batalla de Santa Clara, Fulgencio Batista huía del país.

                Finalmente es inmortal y se ha convertido en un prócer para los cubanos y para todo aquel que desea ver a Latinoamérica y los países del Caribe completamente libres. Un cartel grande y rojo que se ve a lo lejos, dedicado a la juventud, ratifica lo antedicho: “Queremos que sean como el Che”. 


                La tercera y última santa fue María, para ser más precisos cayo Santa María, el último punto del recorrido. Un cayo es, según wikipedia, una pequeña isla con una playa de baja profundidad, formada en la superficie de un arrecife coral. En pocas palabras: un paraíso.
                La única forma de alojarse en cualquiera de los cayos que existen en la isla es en un fastuoso hotelazo 20 estrellas. No hay casas de familia, ni hostales y de tirar la carpa ni hablar. Automáticamente uno siente un dolor –evidentemente psicosomático- en el trasero, cuando piensa en el dineral que es necesario invertir. Así que arrojamos la tarjeta de crédito al abismo.
                Una anécdota muy graciosa fue la que tuvo lugar apenas arribamos al hotel en nuestro taxi: el guardia del complejo nos preguntó si éramos trabajadores del lugar, no una sino dos veces. No podía entender cómo esos dos morenitos de habla hispana, mal vestidos, eran clientes del Resort.
                Una vez que nos permitió el ingreso, seguimos viaje hasta la puerta del inmenso hotel. Cuando bajamos del auto el taxista nos aclaró el panorama: “Bienvenidos a los Cayos, esto ya no es Cuba…” Fue la última vez que oímos hablar en castellano los 3 días que estuvimos en Santa María.

                Foto 16: nuestra playa en cayo Santa María.

viernes, 27 de diciembre de 2013

All inclusive, no inclusión

Veníamos viajando hacía 4 meses con la mochila, alojándonos en los hostales más económicos o disfrutando de la hospitalidad de la gente –que es mucha- a través de couchsurfing, comiendo en los mercados o cocinándonos nuestro arroz con atún, gastando lo justo y necesario, total la naturaleza provee. Nos dábamos algunos gustitos, muy austeros: un café con torta o cervecita en la playa.
            Llegamos a la Habana con la misma filosofía, la que nos condujo a la casa de una mujer en el barrio Vedado, que nos había recomendado una amiga de Medellín. Ella se transformó en nuestra amiga y madre cubana y nos enseñó a manejarnos en estas latitudes. Se puede decir que vivimos 6 días como si fuéramos del lugar.
Allí surgieron las ganas de conocer la isla –en realidad ya las traíamos pero íbamos paso a paso como Mostaza- comenzando por las playas de Varadero de las que tanto nos habían hablado. Estuvimos averiguando la forma de hacerlo y las únicas dos opciones eran: casa de familia u hotel. Nos decidimos por la segunda porque se podía pagar con tarjeta de crédito y ya no nos quedaba efectivo. Y además nos hicieron una super oferta por uno de 3 estrellas all – inclusive.
             
                
                ¿Cómo sigue la historia? Por primera vez en nuestras vidas estábamos en un all – inclusive. Apenas entramos a la construcción enorme nos sentimos como dos niños que reciben el barco de piratas de los playmóviles de regalo.
                El hotel tiene un lobby central seguido por un parque inmenso con caminos, puentes para cruzar los lagos artificiales habitados por patos, algún ganso y peces naranjas, edificios de 2 pisos donde se amuchan las habitaciones tipo albergue transitorio, bungalows,  un restaurant, un snack bar en la zona de la piscina, una disco – cabaret y más allá el mar azul manso, sin olas, ideal para hacer la plancha y la playa de arena blanca como harina.


                 
                El desayuno, almuerzo y cena se desarrollaban en el buffet. Muchísima comida toda junta y pecadores con sus platos en alto buscando la combinación preferida de frutas, fiambres, carnes y ensaladas. Faltaba Nerón con sus uvas y estábamos todos. La pregunta que uno instantáneamente se hace es cómo puede ser que allí –un hotel de capitales cubanos 100% por lo que nos comentaron-  ocurra esa orgía culinaria por la variedad y la abundancia y en los barrios las tiendas estén desabastecidas.  
                La segunda cuestión que uno no entiende es por qué Fidel Castro en su momento, y ahora Raúl, permiten que opere este tipo de alojamientos construidos para una elite extranjera y vedados en parte para los habitantes de la isla. Esto genera un comprensible resentimiento en algunos cubanos.
                La explicación que se nos dio, nos convenció parcialmente y es de índole meramente económica. Desde que cayó el muro de Berlín en el año 89 y desapareció la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas como tal, principal país con el cual Cuba mantenía una relación comercial –dado entre otras cosas el feroz bloqueo sufrido por no acatar las órdenes del “país de la libertad”- el turismo pasó a ser la más importante fuente de ingresos a la isla.
                El Estado cubano permitió la inversión de capitales extranjeros europeos en hoteles y regula las ganancias de éstos: mitad para ellos y mitad para el país. Esta actividad turística sostiene la economía de la isla en estos momentos de la historia.
                Continuando con la narración, había un grupo de Animación, así se hacía llamar, cuyo trabajo consistía en mantenernos entretenidos. Organizaban partidos de vóley en la playa –en los que tuve una participación destacada, humildad aparte-, clases de salsa y mambo, tardes de bingo en la piscina con una botella de ron como trofeo y noches de baile, de elegir a la Reina del hotel y también show homenaje a Michael Jackson. 


                Nos tocaron 2 días de mucho sol, en los que pudimos aprovechar el mar más hermoso que hayamos conocido hasta ahora. Supera con creces al Mediterráneo, al Pacífico y a nuestro querido mar argentino Atlántico sur y sus playas, donde llenamos de arena nuestros primeros baldes, hicimos nuestros primeros castillos, mojamos aquellas mallas infantiles y nos tumbaron esas olas marrones y frías que no olvidaremos jamás.





                La de Varadero fue una experiencia que nunca habíamos tenido, de mucho confort, sedentarismo del bueno –el de estar en una reposera con un vaso de piña colada en una mano y un perro caliente en la otra mirando el mar-, gula, gringos, interrogantes, lucha interna, cuestionamientos ideológicos y finalmente soltarse y disfrutar.
                 

jueves, 26 de diciembre de 2013

Arte para todos, popular y no elitista


En Cuba, tuvimos la suerte de hacer coincidir nuestros días en La Habana con el 35° Festival del nuevo cine latinoamericano. 10 días consecutivos de proyecciones de películas, cortos y documentales de los más variados géneros y temáticas, de todos los rincones del continente y algunos de Europa y Asia. Un verdadero paraíso para cinéfilos.

Nosotros nos dejamos tentar por tan suculenta propuesta y nos tiramos de cabeza a disfrutar por varios días seguidos de cuanta película nos pusieran por delante. Los cines nos quedaban muy cerca de donde estábamos viviendo y nuestra  amiga y anfitriona Miriam, que trabaja en el Instituto Cubano de Arte e Industria cinematográfica, nos facilitó dos credenciales con las cuales podíamos entrar sin pagar y sin hacer filas a cualquier función. Lo  de entrar sin pagar, no hacía mucha diferencia, ya que la entrada a todas las películas sale 2 pesos moneda nacional (aproximadamente 0,10 centavos de dólar). Pero lo de entrar sin hacer filas, eso sí valía la pena; los cines estallan de gente, a toda hora. Hemos concurrido a una función de una película a sala llena a las 12.30 del mediodía de un jueves.

Y acá viene lo interesante: contrario a lo que uno puede llegar a imaginar, toda esa gente que llena las salas del festival de cine no son en su mayoría personas del palo cinematográfico, que usan anteojos con marco grande y tienen llamativos cortes de pelo, sino que la mayoría es gente del barrio. Señoras y abuelas que llevan escondido en la cartera un termito con café para tomar mientras ven la película, familias, jóvenes, adolescentes. Todo este público variopinto se acercó al cine, hizo una fila larguísima para entrar y se dispuso a ver qué tenía para ofrecer una película argentina, ópera prima de una directora poco conocida.



Nunca fui una asidua concurrente del BAFICI, pero me di el gusto de haber ido a ver alguna película alguna vez,  y la verdad es que las veces que fui, nunca vi un público tan popular como el que encontré en La Habana. Y menos aun, salas llenas en películas no tan conocidas, como puede ser una ópera prima. Eso me hizo pensar por qué se da que en Buenos Aires, en los festivales de cine, y también incluyo al teatro del Festival internacional de Buenos Aires, parece haber un aura de elitismo, de que las obras están dirigidas a un público entendido, a los críticos y los estudiantes, pero no están abiertamente ofertadas al público en general, al público que tal vez no conoce a los directores que están en concurso, pero que de todas formas tienen ganas de ir a disfrutar de una película y les importa poco criticar como estuvo tratada la narrativa, qué tal fue la dirección de arte o con quien estudió actuación tal actriz.

El festival de cine de La Habana es una verdadera expresión de arte para todos. Yo creo que como artista, lo que uno más quiere es que la mayor cantidad de gente posible conozca  su obra. Yo creo que en este festival se logra ese cometido. No se percibe esa sensación de “arte para los que entienden”, sino que es verdaderamente una manifestación popular. Me hace preguntar también, por qué el festival acá en Cuba es verdaderamente multitudinario y en Buenos Aires no tanto;  durante la última función del Festival, donde se exhibía una película cubana que ganó el premio del público, la cantidad de gente que asistió al cine fue tal, que hubo que retrasar la función dos horas por la batahola que se había armado. Nadie quería quedarse afuera y perderse la película. Habría que preguntarse qué habría que hacer para que vaya cada vez más gente al cine a ver películas de autor, para que los realizadores hagan llegar a cada vez más gente sus obras (de la rama que fueran: músicos, directores de cine y teatro, artistas plásticos, etc.).

Tal vez habría que sacarse de la cabeza la presunción errónea de que hay ciertas manifestaciones artísticas que son para “los que saben”, porque ellos sí podrían apreciar en su totalidad lo que el autor  quiso expresar, y que hay gente que simplemente no lo entendería porque no estudió o porque no sabe.  Una de las cosas interesantes de las manifestaciones artísticas, es que hay tantas impresiones que puede dejar una obra, como espectadores que la ven; a cada uno le va a dejar algo distinto, porque todos somos distintos y todos vemos, escuchamos y sentimos diferente. A uno que tal vez sabe mucho, tal vez se le escape algo mínimo, pero que tocó y emocionó a otro que no sabe nada.  

Como dijo un personaje de la película “Fresa y chocolate” (una película cubana que les recomiendo ver porque es excelente): “El arte no es para transmitir, es para sentir y pensar. Para  transmitir, que transmita la radio nacional!” Nos quedamos tan fascinados con esta película (que estuvo prohibida varios años en Cuba. Si quieren saber por qué, véanla!), que Marta, otra de nuestras anfitrionas, dramaturga y apasionada por el cine, nos llevó a conocer las locaciones donde se filmó esta peli, que hoy se transformó en paladar turístico. Se trata de un antiguo solar, una casa muy grande de principios de siglo XX, que esta dividida en varias partes y conviven varias familias en ella.



Tal vez habría que dejar de hacer arte para los artistas y hacer arte para uno mismo, por el solo placer de hacerlo y después, compartirlo con todo aquel que quiera, sin importar si sabe mucho, poquito o nada.
Por último, les dejo el trailer de "Fresa y chocolate", peliculazo.