jueves, 20 de marzo de 2014

El viaje continúa

                ¡Qué seres más adaptables somos! Es que hay que sobrevivir diría Darwin. Hace ya casi 2  meses que regresamos a tierra rioplatense, al asado, al fóbal, al mate todas las mañanas y al “che” que pasa desapercibido. Fue un mes que pareció varios meses: buscar un lugar donde vivir, volver al trabajo y reencontrarnos con la banda, los viejos y los pacientes.

                Tenemos todavía el recuerdo a flor de piel de esa naturaleza brava, bella, bellísima. Aquel lago azul que une a Bolivia, Perú y los extraterrestres; la selva, los apus, el río Urubamba y la ciudad sagrada –creación de los hombres y de los dioses- del Cusco incaico y nunca español; los volcanes ecuatorianos que cuando quieren erupcionan sin pedirle permiso a nadie; el azul del mar de Barú que se fusiona con el cielo; la presencia de vida en cada milímetro del Tayrona, desde el mosquito molesto y las coloridas mariposas con pasado de gusano, hasta los monitos simpáticos que parecen reírse de los visitantes; el olor a cacao que impregna el norte venezolano y sus paradisíacas playas; el desierto de Coro, el nacimiento de la cordillera de los Andes en Mérida y el océano transparente que rodea a la más linda y revolucionaria de las islas, Cuba.

                               La isla del Sol, lado sur. El Titicaca al fondo.


                               Descanso, en el camino que va desde la puerta 
                               del Sol a la ciudad sagrada de Machu Picchu. 


                             Machu Picchu, Cusco.


                              Isla Barú, Cartagena de Indias, de día.
 

                                  De noche.
 
                Continuamos con el corazón hinchado de tanto cariño recibido durante la travesía. El que nos brindó nuestra familia paisa a través de sus arepas, el de nuestras madres cubanas de Vedado, los maracuchos de couchsurfing, el grupo de teatro Madeja, la casa de la Abuela cusqueña, la Camio de Viaje con el Iche –su artista invitado-, los krishna Ceci y Silvo y varios personajes más.






                Pensaba estas cosas mientras viajaba rumbo al laburo en el 127. El colectivo estaba  atestado de gente con cara larga, somnolienta, inmóvil. Los bostezos eran la única evidencia de que estaban vivos. El conductor tenía encendida la radio, y se podía escuchar uno de esos típicos programas informativos de la mañana que estaba anunciando todas "las desgracias" que ocurren en el país cuando de repente, sonó una canción que bailábamos con Miri y Martica en aquel sucucho de la avenida 23 en la Habana y automáticamente me invadió una sensación de alegría desde los pies hasta la capocha y no dejé de sonreir durante toda la mañana.

                El viaje de 6 meses que hicimos por nuestro continente latinoamericano nos movilizó, modificó y quedó grabado en nuestro cerebro, retina y piel. Por eso, hoy más que nunca, no entendemos el por qué de las fronteras, si tenemos tantas cosas en común, una misma historia.

                Por eso también, nos entristece ver la violencia en Venezuela, y que los medios de (in) comunicación hagan tan mal manejo de la información, para favorecer ciertos intereses.

                ¡Seguimos viajando! Con la mente, con el corazón, con los recuerdos, desde nuestro actual lugar en el mundo, en el barrio porteño de Villa Urquiza, que indudablemente tiene algo del Vedado cubano, del Envigado paisa, del barrio Salamanca en Lima y del Sopocachi paceño. Así como la avenida Constituyentes nos recuerda a la Colón quiteña o a la avenida Delicias –la número 15 si mal no recuerdo- de Maracaibo, o las amadas 23 y Línea de la Habana.

                Seguimos viajando cuando recibimos noticias del teatro Malayerba, del bar la Esencia en Cusco, de la Casa de Café caleña, del grupo de teatro Madeja, de nuestros colegas músicos de Kuska, de nuestra amiga maracucha cinéfila que se viene al Bafici nomás y de nuestro hermano paisa que se recibió de psicólogo luego de encerrarse unos meses en una quinta en Guarnes para concluir la tesis.

                               Bar la Esencia en Cusco.
 

                              Calles de Cali, yendo a la casa de Café.


                            Avenida Delicias, Maracaibo, bajo el sol quemante y los 
                            40 grados de temperatura.

                 En fin, estaremos aquí hasta que toque levar anclas y zarpar de nuevo, en la bella –para que no se ponga celosa-, artística y convulsionada Buenos Aires. Con la parrilla en la terraza, la pava con agua caliente, el mate con yerba nuevita y el bandoneón sonando en la radio.